Su cuenta de X, ex Twitter @Pontifex, traducida en nueve idiomas, es una de las más influyentes del mundo, con millones de seguidores. Pero más allá de la presencia en redes, lo que lo distinguió fue su capacidad para usar la tecnología como vehículo de comunión, no de aislamiento.
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El Papa entre algoritmos y bendiciones: el Vaticano del siglo XXI.
El Papa que habló de IA antes que muchos gobiernos
En 2020, el Papa Francisco impulsó la llamada Rome Call for AI Ethics, una iniciativa inédita firmada junto a representantes de IBM y Microsoft, para establecer principios éticos frente al avance de la inteligencia artificial. Allí propuso tres pilares fundamentales: transparencia, inclusión y responsabilidad. Mientras muchos aún debatían sobre el potencial de los algoritmos, él ya advertía sobre el riesgo de la discriminación algorítmica y el reemplazo del juicio humano por la frialdad del cálculo.
“No todo lo técnicamente posible es éticamente aceptable”, decía. En esa frase sintetizaba el corazón de su mensaje: la tecnología al servicio del ser humano, nunca al revés.
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Francisco y su mirada ética que marcó el debate global sobre la inteligencia artificial.
Francisco y el poder de las redes
Fue también el Papa de los selfies, de los encuentros vía Zoom durante la pandemia, de los saludos digitales y las bendiciones transmitidas en streaming. Entendió el valor simbólico de estar presente donde hoy se construye buena parte del tejido social: en el espacio virtual. En un mundo de perfiles curados y realidades fragmentadas, Francisco habló de autenticidad y comunidad. Su propuesta no fue regresar al pasado, sino habitar el presente con conciencia.
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Francisco, el Papa que tuiteaba más que muchos presidentes.
La santidad en tiempos de Wi-Fi: Carlo Acutis, el primer beato digital
Pocos días antes de su fallecimiento, el Papa Francisco aprobó el proceso de beatificación de Carlo Acutis, un joven influencer italiano apasionado por la tecnología y conocido como “el ciberapóstol de la Eucaristía”. Carlo, fallecido en 2006 a los 15 años, utilizó Internet para difundir el mensaje de la fe católica mediante la creación de una web que recopilaba milagros eucarísticos alrededor del mundo. Este gesto final de Francisco no solo resalta su conexión con el mundo digital, sino que también deja un mensaje claro: la santidad no está reñida con la tecnología. Para Francisco las redes podían ser también un camino hacia lo sagrado si se usan con propósito, verdad y compasión.
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Francisco aprobó el proceso de beatificación del youtuber Carlo Acutis
La Fe y el código, el dilema de nuestra era
Quizás su mayor legado para la tecnología no esté en lo que adoptó, sino en lo que nos obligó a preguntarnos. ¿Dónde queda el alma en un mundo gobernado por datos? ¿Qué significa tener libre albedrío cuando las decisiones son guiadas por sistemas predictivos? ¿Cómo mantenemos la dignidad humana en un entorno donde la eficiencia lo es todo?
Bajo su liderazgo, el Vaticano abordó temas como el transhumanismo, la manipulación genética, la privacidad digital y la automatización del trabajo. Y aunque muchos pensaron que estos temas estaban fuera del alcance de la Iglesia, Francisco mostró que toda conversación sobre el futuro necesita una mirada ética, espiritual y profundamente humana.
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Su mirada ética marcó el debate global sobre la inteligencia artificial.
Una despedida que también es una advertencia
Su muerte deja un interrogante abierto: ¿Quién ocupará ahora ese lugar de mediador entre tradición y futuro? En un contexto donde la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad de legislarla o comprenderla, el mundo pierde una voz que supo decir “sí” a la innovación, pero también “cuidado” con lo que dejamos atrás.
Hoy, recordamos al Papa que nos pidió "rezar por él" y nos deja una oración pendiente: que la tecnología nunca reemplace al amor, que los algoritmos nunca ignoren al otro, y que, en medio del vértigo digital, sigamos siendo humanos.
Recuerdo de Francisco
Hoy tengo la responsabilidad y el honor de escribir unas palabras sobre Francisco y mientras lo hago, no puedo evitar volver a aquel recuerdo de mi adolescencia, cuando Jorge Bergoglio visitaba nuestro entonces colegio San Francisco de Sales. Nos hablaba sin vueltas, con una humildad tan auténtica que desarmaba cualquier prejuicio juvenil. Tenía esa forma única de llegar sin imponer, de sembrar sin forzar. Recuerdo su voz pausada, su mirada serena, y una frase que aún resuena en mi memoria: "Disfruten con responsabilidad". No eran simples consejos, eran semillas. Compartía retazos de su vida, pero lo más valioso eran las preguntas que nos dejaba, preguntas que, más de una década después, sigo intentando responder. Hoy, más que nunca, entiendo que aquel hombre ya era mucho más que un referente espiritual, era un puente entre mundos. Y ahora, tras su partida, lo seguirá siendo.