Restos del caparazón de un gliptodonte, una extraña criatura prehistórica, fueron hallados en la costa de Quequén por una familia mendocina, lo que llamó rápidamente la atención de la comunidad científica.
Restos del caparazón de un gliptodonte, una extraña criatura prehistórica, fueron hallados en la costa de Quequén por una familia mendocina, lo que llamó rápidamente la atención de la comunidad científica.
Un turista caminaba junto a su familia cuando la forma del objeto llamó su atención, lo que lo llevó a tomar fotografías, según informó Diario Necochea.
Sospechando que el hallazgo podría aportar información valiosa sobre las especies que habitaron la región hace millones de años, Gabriel Bilbao, quien realizó el descubrimiento, estaba disfrutando de un día de descanso en la costa de Necochea. Al caminar por la orilla, observó una forma inusual entre las piedras y la arena, que lo sorprendió por su tamaño y lo hizo pensar que se trataba de un caparazón. Decidió entonces examinarlo más de cerca y capturar imágenes.
El mendocino de Las Heras se contactó con el diario local, que notificó de inmediato al equipo encargado de la conservación de piezas arqueológicas del área de Museos de Necochea. El arqueólogo Mario Colombo destacó que el hallazgo era muy interesante, ya que el fósil estaba en excelente estado. Rápidamente, los especialistas fueron alertados y comenzaron a coordinar su traslado al sitio para evaluar la pieza en su contexto original.
“Desde niño quise ser paleontólogo, pero era algo imposible en esos tiempos y en este país. Siempre uno va detrás del dinero y deja de lado las cosas que le apasionan”, reflexionó Bilbao. Y agregó: “Me encanta todo lo relacionado con fósiles y dinosaurios. Nos gusta mucho viajar, y en todos los lugares donde vamos, tengo la costumbre de buscar, ver y reconocer piedras y fósiles”.
El hallazgo ocurrió este miércoles, cuando el clima en Quequén no era ideal para disfrutar del mar. Por eso, la familia decidió salir a caminar. “Estábamos en la costa, contemplando el paisaje. Como no estaba para meterse al agua, nos levantamos temprano y salimos a caminar por la orilla, recolectando caracoles y alguna que otra piedra”, relató Bilbao.
“Caminamos hasta llegar a un lugar con mucha sedimentación de arena, y siempre observando los formatos de las piedras y las sedimentaciones. Tengo conocimiento de que a menudo quedan incrustados allí restos fósiles e incluso caracoles. Siempre ando buscando”, explicó.
Y esa vez, Bilbao tuvo suerte: mientras observaba detenidamente el entorno, algo en particular captó su atención. “Se dio la casualidad de que también encontré una roca volcánica. Ese fue el primer hallazgo. Luego, al continuar mi camino y observar las formas de las piedras, noté que había algo parecido a un caparazón. Lo reconocí como un caparazón, como si fuera de tortuga o de un armadillo, pero en dimensiones prehistóricas”, señaló.
La estructura, en parte cubierta por los sedimentos, presentaba características que le resultaron familiares debido a su interés en la paleontología. Ante la posibilidad de estar frente a un descubrimiento significativo, Gabriel tomó precauciones para no dañarlo y esperó la intervención de los expertos.
Para Gabriel, el hallazgo representa un valor incalculable. Por eso, decidió actuar rápidamente. Su principal objetivo fue asegurarse de que la pieza fuera recuperada en condiciones óptimas y que quedara en manos de especialistas que pudieran estudiarla a fondo. “Creo que es una pieza muy valiosa y está en muy buen estado. Al haber estado tanto tiempo guardada en esos sedimentos, se ha conservado como un hueso. No está fosilizado, es calcio. Para mí es muy valioso y quería darlo a conocer para que fuera a parar a las manos correspondientes”, comentó.
Aunque los especialistas aún están analizando la pieza, todo parece indicar que se trata de la coraza de un gliptodonte, un animal extinto que habitó la región hace miles de años. “Hasta que no lo vean personas especializadas, no podemos saber con certeza. Para nosotros es un sueño cumplido”, concluyó Bilbao.