Me refieren que se sentaron en un sillón, junto a la ventana del departamento ubicado en el segundo piso, sin balcón. Aclaran que frente a ellos estaba una alacena y no había ningún objeto reflectante, como un espejo.
Al mirar la imagen, vieron dos figuras extrañas: una que parecía estar asomándose en la ventana, un rostro y otra presencia, más traslúcida, a su lado. Cuando la familia vio la foto, sintieron que se trataba de Horacio y un tío muy querido por todos ellos, Walter, fallecido unos años antes, el 13 de enero de 2007, en un accidente de moto.
Laura, la mamá de Horacio no duda que el rostro es de su hijo y que fue un mensaje. Ella me dijo, con convicción: “Hay otra vida y nos encontraremos con nuestros seres queridos que partieron antes”.
Este es el cuento que esta foto y esta historia, inspiró.
Cuando éramos siete
Las lágrimas apenas se habían apagado y los mecanismos del dolor seguían diversos senderos en cada uno de ellos. A algunos, el recuerdo de Horacio, el primo que había fallecido una semana antes, irrumpía al escuchar cierta música, al encontrar un objeto que quedó desamparado tras su muerte o reprimiendo el impulso de llamarlo al celular para contarle algo, importante o trivial. En definitiva, que contra todo pronóstico y lógica, él siguiera allí.
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En esas bifurcaciones del desconsuelo los primos se hablaban, se abrazaban en la cercanía o la distancia y trataban de intuir cómo sería la vida, sus vidas, sin él.
Por eso, con naturalidad, surgió la posibilidad de un encuentro, para que bajo el conjuro de las palabras ensayaran una fórmula de consuelo.
Fue una semana después de la partida de Horacio, en un departamento de Las Heras de uno de ellos, ubicado en el segundo piso, ese que no tenía balcón a la calle, pero la amplitud suficiente para cobijarlos a todos.
Con la juventud a cuestas -tan inmune a la muerte-, y el aprendizaje de un destierro irrevocable, los primos hablaron de Horacio y reconstruyeron los códigos e historias de su singular cofradía. Y rieron con la angustia al acecho, sin evitar que las carcajadas se derrumbaran en llanto.
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La foto de todos
Después de la cena, los sillones junto a la ventana eran la mejor opción para relajarse. Era mirarse a los ojos y ser conscientes de que faltaba alguien, pero ellos estaban allí, vivos, juntos, en la letanía reiterada que les aseguraba que Horacio también estaba, que no había forma de abandonarlo a las angustias y prisas de lo desconocido.
La selfie fue una forma de aferrarse al instante, borrar ese umbral difuso que divide los mundos y abrazarse en la persistencia de sus vínculos.
Ubicarse para la foto, mirar al objetivo y, si fuera posible, intentar una sonrisa. Por supuesto, verla al instante para chequear qué tan bien habían salido y reírse del que se viera más desprevenido o cansado.
Los seis se ven y se aprueban, pero uno de ellos pide el teléfono a su prima y examina la fotografía. Vio algo ajeno, que no debería haber aparecido y quiere comprobarlo. No dice una palabra y hace zoom en la imagen que advierte como asomándose por la ventana. Es él. Y no está solo. Sólo tuvo que girar el celular para que sus otros primos también lo supieran.
La certeza
Cuando Laura vio la fotografía no tuvo dudas acerca de la identidad de quienes habían aparecido, seguramente convocados por los recuerdos.
Uno era su hijo, Horacio, asomándose por la ventana, en la cercanía apenas trizada por la tragedia. La otra presencia, con una liquidez traslúcida, era para ella su cuñado Walter. En el 2007 era todavía muy joven como para siquiera profetizar un futuro que no incluyera largos años.
Laura repasó sola y con sus sobrinos el escenario de esa inesperada revelación, para tratar de racionalizar aquello que ya había aceptado su instinto.
La ventana del departamento, en un segundo piso sin balcón, impedía que alguien trepara hasta ese sitio y no había delante de ellos una superficie que reflejara la imagen de alguno de los que, extraños a todo, posaban para la foto.
El valle del grito
Cuando uno pierde un ser querido, las certidumbres más arraigadas se destejen y hay que aprender todo de nuevo. Cómo enfrentar sus objetos y las miradas de los otros, cómo repasar el circuito de las esperanzas imposibles, cómo caminar sin que el suelo ni el cielo sostengan.
Es una marca indeleble cuya impronta nace de la alianza, tantas veces huidiza, entre el cuerpo y el alma. Somos uno, una unidad sufriente, lastimada, con el temor de no poder ser nunca redimidos.
Entonces, es inevitable anhelar, con desesperación, una alquimia capaz de mitigar tanta tristeza. Para algunos es la religión o los incondicionales afectos. No pocos se mantienen en la seguridad de que el quebranto no se llevó el amor.
Pueden verlos en una fotografía, lo sobrenatural que busca anclarse en la desdibujada realidad de la angustia. Pueden intuirlos en el vuelo de colibríes o mariposas, con su peso de leyendas o símbolos.
En esa comunión del dolor, entre la tierra que los recibió sin nuestro consentimiento y el cielo desafiante, es difícil pensar que seremos los mismos al recorrer sus laberintos, ahora tan despojados de sentido sin sus presencias.
A Laura no le importa si vos no lo ves en la foto. No le importa si los prejuicios, dogmas o religiones te sostienen en la realidad o en la nada. No necesita que le impregnen de raciocinio las entrañas. Ha atravesado la región de un grito que no puede expresarse, porque el grito es un nombre, su nombre y no alcanza el aire para pronunciarlo.
Es él. Ella lo ve y una chispa inefable se hace presente en esa certidumbre.
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Nos puede pasar a todos los que alguna vez no tuvimos consuelo, a pesar de necesitarlo para volver a respirar. Es un atisbo de inmortalidad la posibilidad de encontrarse, en la región de la vigilia o del sueño, en el amor que trasciende y nace, sin reconocer fronteras vitales o inertes.
En ese instante uno lo sabe: aquí está, de nuevo, inmortal e inquebrantable, tu amor desde lejos y mi cercano y sereno amor, más que nunca, vivo.
Si querés aportar a los Cuentos de Terror de Marcela Furlano y contarnos una historia que te haya sucedido, esperamos tu mensaje de texto o audio, los lunes en el programa "Días Distintos", de Radio Nihuil, los lunes de 13 a 15, al 261-61779973.