El método de Rafael Tarradas Bultó para atrapar a su nutrida legión de lectores es ofrecerles tramas con variedad y riqueza de personajes, en locaciones muy bien detalladas y dentro de un estudiado contexto histórico.
El método de Rafael Tarradas Bultó para atrapar a su nutrida legión de lectores es ofrecerles tramas con variedad y riqueza de personajes, en locaciones muy bien detalladas y dentro de un estudiado contexto histórico.
Todas esas herramientas hacen de El hijo del Reich un libro que, bajo el clásico andamiaje de las novelas de espías, le saca nuevos y bien ganados réditos a la Segunda Guerra Mundial.
Convengamos que Hitler, como telón de fondo, es una cantera inagotable. Su misterio no se apaga. Y aquí su figura pesa en el centro de la aristocracia británica, pero con una española como hilo conductor, Daisy, quien, tras quedar embarazada de un jerarca alemán, debe proteger luego a su hijo de los esbirros del Reich.
La narración, plena de información minuciosa que agrega interés a la intriga, estira sus tentáculos hasta Argentina de una manera casi inevitable, tratándose de nazis en plan de fuga.
Aunque se reconoce como catalán, Tarradas Bultó habla desde Madrid - por segunda vez- con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Rafael, nosotros te conocimos por anterior novela, El valle de los arcángeles. Ahora nos sorprende El hijo del Reich, que en más de 600 páginas acumula una cantidad de información abrumadora. ¿Cómo hacés para nutrirte tanto?
-A mí, desde siempre, me ha interesado muchísimo la historia. Entonces, aunque no esté escribiendo, me la paso viendo reportajes, leyendo, etcétera, sobre el tema.
-¿Y qué sucede con este tema, específicamente?
-El tema de la Segunda Guerra Mundial me apasiona desde hace muchos años, por lo que siempre estoy medio investigando. Lo que pasa es que cuando empieza un libro, a lo mejor diriges más la investigación a cada una de las partes de la trama. Entonces aquí, ya te digo, se combina la pasión por investigar con la pasión por escribir. No me resulta trabajoso a mí.
-Pero te vas deteniendo en detalles mínimos. Por ejemplo, en un momento, la protagonista Lucy, va a Londres y describís el Jaguar con el que se mueve. O nombrás hasta la bicicleta, una Colson verde oscura, con la cual se traslada el mayordomo Stuke por la casona familiar.
-(Ríe) ¿Sabes lo que pasa? Tienes que investigar qué modelo de bicicleta había, si las había; cómo eran, quién las tenía, cuánto costaban, porque a lo mejor descubres que solamente tenía bicicletas, porque eran carísimas, la gente muy rica, ¿no? Tienes que investigarlo todo. Por lo tanto, cuando ya descubres el dato, pues dices: hombre, si es divertido, lo meto también.
-Y así con todos los elementos.
-Claro. Con los coches, lo mismo. Tiene que ser un coche que una persona de esta clase social pudiese utilizar, que se lo hubiese podido comprar, que estuviera en Inglaterra, etcétera. Todo esto es muy importante para hacer el viaje lo más real posible.
-Ahora bien, te has metido con un asunto que acumula libros de todo tipo: novelas, ensayos, biografías, etcétera. ¿Qué te llevó a volver al año 1939, en los albores de la Segunda Guerra Mundial?
-Lo que tú has dicho es exacto. Yo quería escribir sobre la Segunda Guerra Mundial porque es un tema que me interesa mucho, pero sí es verdad que se ha escrito muchísimo y hay que buscar ángulos diferentes.
-¿Cómo hallaste el nuevo ángulo?
-Descubrí la historia de cómo la aristocracia inglesa se quedó totalmente obnubilada con el fascismo y el nazismo, al principio.
-Lo mismo que Unity, la chica que abre la puerta de tu historia.
-Es que muchos viajaron a Múnich, a todas las partes de Alemania, para conocer el nazismo. Y como antes los aristócratas siempre se desplazaban con mucha gente alrededor, podría haber pasado perfectamente que una de las acompañantes hubiese sido forzada y hubiese quedado embarazada de un nazi. Entonces de ahí surge un poco la trama inicial.
-Claro. De ahí se desprende el título de la novela.
-Es esto: una chica que ha tenido un hijo con un jerarca nazi antes de la Segunda Guerra Mundial. Y cuando esta empieza, ella intenta esconder a su hijo del padre, que es un alto mando, que cree que el niño es un príncipe del Tercer Reich y que debe estar a Alemania.
-Ahí está el nudo del relato.
-Es la fuerza del nazismo contra la fuerza de una madre, que son dos fuerzas muy potentes.
-Como el libro se llama El hijo del Reich, uno tiende a especular que el padre de ese niño podría ser nada menos que Hitler. Sin ánimo de espoilear, siempre se ha especulado sobre la posible esterilidad del Führer. ¿Eso forma parte de su leyenda o es un dato confirmado?
-El tema de la sexualidad de Hitler fue una cosa muy, muy, muy oculta desde siempre. Lo cierto es que él tenía una fuerza magnética con las mujeres. Tuvo varias novias. Todas acabaron suicidándose. Incluso su mujer acabó suicidándose. Es curioso, ¿no?, tener cuatro novias y que las cuatro se suiciden.
-¿Cómo se explicaba esa situación?
-Lo que vendía el partido era que la novia de Hitler era Alemania. Se dice que tenía algún tipo de disfunción en el pene, pero no se ha definido exactamente como esterilidad. Ahí yo creo que nunca acabaremos de saber la verdad.
-Por eso mismo florecen tantas especulaciones.
-Lo cierto es que hubo durante un tiempo un francés que dijo ser hijo de Hitler. Era nacido de una campesina francesa. Como Hitler luchó en la Primera Guerra Mundial, entonces dicen que tuvo una relación con ella y un hijo. La realidad es que luego, cuando se analizó el ADN de este hombre, se vio que no tenía nada que ver con Hitler. Creo que nunca lo sabremos.
-Como en el caso de la esterilidad.
-Hay muchísimas partes, muchísimos ángulos y pliegues de la vida de Hitler que no conoceremos porque tuvo una maquinaria importantísima detrás encargada de que supiésemos lo que se tenía que saber de esta persona.
-Está claro. Pero nadie escapa a la tentación de sumar versiones. Incluso nosotros, en Mendoza, hemos tenido nuestras historias. Hubo un financista, por ejemplo, Max Gregorcic, que difundió la versión de que Hitler había vivido en la localidad de Palmira y que había una hija suya en Guaymallén. O sea, pasan los años, pero la fascinación por el Führer no para.
-No para porque Hitler convenció a un país muy moderno y a una gente muy moderna y muy cultivada. Entonces sigue siendo muy impresionante. Al final ha habido muchos dictadores a lo largo de la historia, pero uno que convenciese a una población tan poco proclive a ser convencida por populismos como la alemana nos impresiona más, ¿no?
-Ese punto es esencial.
-Además, Hitler se planteó un cambio del mundo total, porque su ambición no era cambiar Alemania; era cambiar Europa, primero, y luego el mundo. Y encima estuvo cerca de hacerlo.
-Sí, sacudió todos los cimientos.
-Todo esto genera una fascinación. Es un personaje muy carismático. Carismático para mal, ¡pero muy carismático! Y como a todos nos resulta muy incomprensible lo que pasó, por eso queremos investigar más y queremos saber más. También hay mucha documentación que ayuda a ganar interés.
-Vos hablabas de la aristocracia británica que se había sentido atraída por Hitler. Pero en Europa, primero se fascinaron con Mussolini, que fue en verdad fue una figura muy atractiva, pero que después ha quedado como enterrado en la historia al lado de Hitler, ¿no?
-Sí. El tema es que tienes que pensar la situación en Europa en ese momento, sobre todo para la aristocracia. Estaban en un cambio de ciclo muy importante por la revolución rusa. Y ver cómo sus pares, los aristócratas rusos, vagaban por Europa habiendo sido de los más ricos del mundo, sin oficio ni beneficio y viviendo de la limosna de sus amigos del resto de Europa, fue un trauma tremendo.
-Un sentimiento de solidaridad de clase.
-La familia imperial rusa estaba emparentada con todas las familias reales: con la española, con la inglesa, con todas. Entonces tú imagínate que de repente una estructura tan poderosa se viene abajo y todo el mundo se asusta mucho. Pero surge un movimiento que es anticomunista. Ahí, de entrada, todo el mundo dice: espérate, yo todo lo que sea anticomunista a mí me va, me encaja. Mano dura con estos tíos que han quemado los palacios de los zares, que han matado a la familia imperial. Mano dura con ellos. Nos encantan los nazis.
-Ni imaginaban lo que venía detrás.
-Lo que pasa es que, claro, cuando al principio se quedan con Checoslovaquia, ya, bueno; ¿Polonia?, ya, bueno. Pero, de pronto, Francia; Inglaterra, bombardeada cada día... La gente ahí se empezó a asustar. Y entonces ya se definieron los bandos.
-Recién ahí. Es algo que no muchos recuerdan.
-Claro, porque al principio sí que es verdad que había esta fascinación porque era la némesis del comunismo. A la aristocracia le gustó mucho. Hitler era, como decía, una persona súper magnética para todo el mundo y todo el mundo le quería conocer.
-Hasta que lo conocieron...
-Lo que pasa es que lo que vino luego fue lo que abrió los ojos a todo el mundo. Pero en el momento, era la superestrella.
-Acá hay periodistas de investigación como Abel Basti y Mariano Rodríguez que aseguran que Hitler no murió el día de su caída en Alemania, sino que vino a Argentina. Algunos, inclusive, señalan su fallecimiento, por ejemplo, en Paraguay. ¿En España qué piensan al respecto?
-Esto es un tema que en El hijo del Reich se trata mucho porque al final hay una trama referida a una ratline, que es una línea de escape, una línea de fuga de una familia alemana hacia Argentina, precisamente.
-Un elemento que en tu novela está presente del primer momento.
-Había tres grandes rutas de fuga, tres ratlines. Una era por Escandinavia y hacia Sudamérica; otra era por España y hacia Sudamérica también; y otra era por el Vaticano, que también mayoritariamente acababa en Sudamérica.
-¿Por qué todas hacia acá?
-Porque en Sudamérica había gobiernos que estaban más a favor o que ponían más facilidades. La realidad es que el gobierno de Argentina en ese momento llevaba muchos años colaborando con los nazis. Les daban papeles falsos para que se movieran por todo el continente, con la condición de que la información que averiguaran la compartieran con el gobierno argentino. Ya había allí una relación inicial buena por lo que muchos jerarcas nazis acabaron en Argentina.
-¿Y respecto de Hitler?
-Su muerte fue muy misteriosa, desde el principio. Stalin dijo que Hitler no había muerto, que se había escapado. Claro, los primeros que llegan al búnker de Hitler son los rusos y dicen que se ha escapado, que no lo tienen.
-¿Se aceptó esa versión en principio?
-Todo el mundo cree que esto era para que los aliados vieran a los comunistas también como aliados, es decir, que los dos tenían un enemigo común, que todavía existía. Pero la realidad es que se llevan un cráneo y una mandíbula a Moscú. Y al cabo de los años se analiza este cráneo y se ve que es de una mujer, no de un hombre.
-Otra de tantas versiones que se desmoronaba.
-Además, días antes de caer Berlín, el último avión que sale de allí va inventariando todos los objetos y enseres personales del Führer, entre los que va ropa de él, su pijama, cosas que no tienen ningún valor. ¿Para qué alguien se querría llevar eso? Es el equipaje que tenía para viajar.
-De todos modos, la mitología continúa.
-Hay muchas cosas. En Argentina hay quien dice que trabajó en su casa. En Bariloche hay una casa misteriosa donde afirma la gente que podría haber estado allí. La realidad es que los historiadores mayoritariamente aceptan que Hitler murió en el búnker.
-¿Entonces por qué se sigue agrandando la bola de versiones a su alrededor?
-Es verdad que en el mundo de la información que se nos da la que se nos quiere dar y se nos quita la que se nos quiere quitar, etcétera, y se nos explica lo que se nos quiere explicar, pues, bueno, a mí siempre me dicen: ¿pondrías la mano en el fuego? Por algunos la pondría, pero muy poco rato, ¿sabes?; o sea, unos segunditos, no mucho más (risas).
-En algún momento, tu novela se traslada a la Argentina, específicamente a Buenos Aires y a Bariloche. ¿Tomaste algo del doctor Ronald Richter, un alemán que embaucó a Perón prometiéndole un desarrollo atómico, instalado en una isla del lago Nahuel Huapi?
-No de él en concreto, pero sí de muchos otros, porque la estructura estaba montada. Al principio del libro, a un bon vivant español que había viajado mucho, los nazis lo captan y le dicen: oye, nosotros vamos a ganar la guerra seguro, pero como somos gente previsora, empieza a organizarnos una ruta de escape por si acaso.
-Precavidos, los hombres.
-Claro. Le aclaran: es una ruta de escape, que seguro no vamos a utilizar, pero por si acaso la queremos tener.
-Es la parte que le toca a Félix Zurita.
-Entonces él empieza a investigar muchos lugares. Y la realidad es que el sitio que mejor encaja por muchísimas cosas, de entrada, es Argentina.
-¿Por qué?
-Porque, según Félix, Buenos Aires es una ciudad fantástica en la que tienes de todo. Pero además es un país muy grande, que está bien conectado. Y tiene una parte, en Bariloche, que puede ser muy alpina y al final los alemanes ahí pueden volver un poco a sus orígenes.
-Viéndolo así, el destino perfecto.
-Tenía todas las ventajas para escapar, o sea, un país conectado, desconectado, grande, bonito, agradable, con una población germana y suiza ya instalada muy importante. ¿Sabéis que en Bariloche hay lugares señalizados en alemán? Eso quiere decir que había una herencia ahí muy importante para que unas personas que se iban a ir de su país se encontraran cómodamente en otro país muy pronto.
-¿Con ustedes los españoles como hubiera sido la cosa, en todo caso?
-Si nos hicieses elegir a los españoles, el noventa por ciento nos iríamos antes a Argentina que a Alemania (risas). Entonces, fue un destino muy, muy, muy típico.
-Algo que quedó comprobado en los libros de historia.
-Lo que pasa es que cuando llegan a Argentina, muchos de estos jerarcas al principio están escondidos. Y están encantados de estar escondidos. Pero al cabo de un tiempo, a medida que van pasando los años, ellos sienten que se les trata igual que a los demás. Dicen: yo era muy importante y tengo los mismos problemas que mi vecino que hace ruido, hay otro que aparca el coche en mi sitio, etcétera. En Alemania nadie me hubiese hecho esto.
-No soportaron la insignificancia.
-A muchos los descubren precisamente por esto, porque en un momento dicen: oye, basta ya, que yo, en realidad, en Alemania era tal, tal, tal ¡y yo soy tal! Entonces, cuando lo dicen, ¡pum!, salta la alarma.
-A la par del cotorreo.
-Como los latinos, que somos de hablar, de reunirnos y de comentar las cosas, ¡bup!, rápidamente pasa la información y ya llegan y los cogen. Por lo tanto, en mi libro no hay una inspiración concreta en una persona, sino en muchas que se fueron para allá.
-Habrás ido recogiendo, en tus pesquisas, anécdotas muy jugosas, ¿no?
-Hay un caso espectacular de un botánico (Heinz Brücher) que se llevó los semilleros de los países que iba encontrando y acabó en Argentina. Dicen que descubrió un hongo que se comía las plantaciones de coca. Entonces, él, sacando pecho, dice "yo soy este señor" y lo publica en una revista. Y al cabo de dos días aparece muerto.
-¿Asesinado por quién?
-Probablemente por un narco que dijo: no, no, a mis plantaciones de coca no se las va a comer ningún hongo y tú no vas a inventar nada de todo esto (risas). En concreto, el caso es que esta sensación de "yo he sido muy importante y ahora nadie me hace caso", es lo que a muchos los llevó al desastre porque estaban escondidos. Y muchos estaban escondidos muy eficazmente.
-Quizá el caso más notorio en nuestro país fue el de Adolf Eichmann.
-Sí, claro. A Eichmann le pasa exactamente eso. Él empieza muy discretamente y poco a poco, de repente, ya empieza a ir a reuniones, ya la gente le reconoce y eso le gusta porque se le agasaja y siente que vuelve a ser importante. Porque, sino, se quedaba en su casa, tranquilo y probablemente hubiese muerto allí. Muchos lo hicieron.
-La tuya es una novela torrencial, dentro del clásico género de espionaje, con pinceladas de historias sentimentales. Pero además de las personas de carne y hueso, hay otro protagonista, que es central. Son las casas, las mansiones lujosas por donde paseás a tus personajes. ¡Las describís con tanto detalle y conocimiento que uno pareciera estar dentro de la serieDownton Abbey!
-(Ríe) Los lugares que describo, en un noventa por ciento, son lugares en los que he estado. Es muy importante hacerlo así porque entonces el viaje es muy real. Siempre que me dicen, oye, ¿por qué has puesto esta casa?, digo: porque esta casa sigue en pie. Por eso mi lector, cuando lo lea y luego viaje, irá y podrá ver esta casa.
-Un firme compromiso con la verosimilitud.
-Es como que cierras la experiencia. Prefiero hablar de una casa que todavía existe y se puede visitar, que no de una que desapareció porque se incendió y ya nunca más nadie la conocerá. Sí que es muy importante.
Al final, en cuanto a localización, en este libro vas por paisajes increíbles.
-Desde el comienzo mismo.
-Vas, primero, al campo inglés, a estas grandes mansiones que son palacios espectaculares y que realmente están en Inglaterra y en pocos sitios más. Luego, vas por el Madrid de los espías. Es un Madrid muy especial porque, si tú lo piensas, España no estaba metida en la Segunda Guerra Mundial.
-Pero la veía de cerca.
-España no estaba metida, no declaró la guerra, pero tenía, en cuanto a alemanes, solamente, más de dos mil espías declarados. Luego, se sabe, que había alrededor de veintiocho mil que colaboraban. Lo mismo, con los aliados. ¡Imagínate la cantidad de cosas que se movían por aquí! España está en un sitio en el que difícilmente no va a participar en una guerra en Europa. Argentina, por ejemplo, sí que declaró la guerra a Alemania. México también.
-Declaramos la guerra, pero a último momento.
-Muy al final, por los pelos, sí (risas). No entiendo muy bien cómo coló eso, pero, bueno, estuvieron inteligentes en el último momento.
-Y tu itinerario, como decíamos, sigue por estos lados.
-Te vas también a Argentina. Claro, vuestro país es tan enorme que, todavía, deben quedar muchos sitios muy vírgenes y muy inexplorados. La Argentina, en ese entonces, está en un momento muy importante de su historia, desarrollándose muy potentemente y al final como un paraíso soñado por el alemán que huye.
-Elegiste, precisamente, sitios muy significativos.
-La historia te lleva por unos paisajes que es muy importante explicarlos bien, porque son muy potentes y muy bonitos. Al final, un libro, como siempre digo, es un billete de avión muy barato. Y creo que este también lo es.
-Y se disfruta mucho. En alguna de las reseñas de prensa sobre vos se dice que conocés bien las locaciones de la novela porque sos parte de la clase alta española. Integrás la saga empresarial de los Bultó, ¿no?
-(Ríe) Sí, sí, sí.
-¿Fue Isidro Marqués el iniciador de todo?
-Creo que el pariente mío que empezó a tener empresas fue uno que se puso enfermo. Antes, los mandaban a viajes de mar. Los subían en un barco para que les diera el aire y tal. Así llegó hasta Cuba, donde tuvo una plantación y ahí ya se hizo más célebre.
-De Barcelona a Cuba, como en El valle de los arcángeles.
-Efectivamente (ríe). Pero no sé exactamente la historia de este señor. El caso es que mi familia ha sido textil siempre y luego cuando dejaron ese negocio, que era muy típico de España, sobre todo en la zona de Barcelona, mi abuelo se puso a hacer motos. Las hizo hasta no hace mucho tiempo.
-Interesante historia.
-Pero, vamos, no todo es tan boyante como puede parecer. Es una familia bastante normal.
-Tu abuelo Paco fue el creador de dos marcas icónicas de motocicletas, Montesa y Bultaco. ¿Vos sos motoquero?
-Claro, tanto Montesa como Bultaco, las dos las fundó mi abuelo. ¡Yo soy muy motero! Mi primo fue subcampeón del mundo de MotoGP dos años, toda mi familia ha corrido el París-Dakar. La verdad es que sí, somos muy moteros de toda la vida.
-A vos, en general, se te tiene como un hombre deportista.
-Yo soy muy esquiador y bastante motero. Pero sobre todo muy esquiador.
-Si bien no alcanzás a ser el Félix Zurita de El hijo del Reich, ese playboy trotamundos de tu historia, se percibe alguna familiaridad con él. ¿Cúanto tenés de Félix?
-(Risas) ¡Me gustaría tener mucho más de lo que tengo! Mucho más. Yo soy soltero y de renta y no hay quién me mire por la calle.
-Pero a lo mejor es tu expresión de deseo oculta ser Félix Zurita.
-Sí, sí. A lo mejor es una voluntad. A lo mejor me gustaría. Tengo que ir a Argentina un tiempo a ver si se me da mejor que en Madrid, porque aquí esto es un desastre.
-En tu narración coral hay un puñado de personajes que son centrales, como Daisy García, la empleada doméstica y mamá que debe esconder a su hijo de los nazis; John Osbourne, el espía; Félix Zurita, el bon vivant; o Lucy, la dueña de la heredad. ¿Cuál es tu preferido de todos ellos?
-Me gusta mucho el personaje de Daisy, porque al final es una chica que representa un David contra Goliat, ¿no? Ella tiene a su hijo, que debe proteger de su padre, este jerarca nazi misterioso, que no se sabe quién es.
-Está muy bien. El hilo emotivo de la historia lo tensa ella.
-Ella, al principio, huye mucho y de repente dice: ¡basta ya! No voy a huir más, o sea, me voy a enfrentar a este problema.
-Que no era un problema menor, justamente.
-Se enfrentaba contra una estructura poderosísima. Pero tiene esta convicción: yo soy una madre y mi voluntad de proteger a mi hijo también es muy potente; entonces vamos a ver quién gana aquí, ¿no?
-Ahí radica el desafío clave.
-Por eso me gusta mucho la idea del que pega un golpe en la mesa y dice basta ya. El hecho de decir ya no puedo vivir toda la vida huyendo es un mensaje muy bueno, yo creo. Solucionaríamos muchos problemas si, en vez de aparcarlos y ponerlos debajo de la alfombra, nos enfrentásemos a ellos. Es desagradable y molesto, pero funciona mucho.
-En definitiva, Daisy te representa.
-Me gusta mucho ese personaje porque, a pesar de todo lo que tiene encima, no se queja demasiado. Y por eso, a lo mejor también crea enseguida muy buenos amigos y muy buenos contactos, porque la gente quiere estar con ella.
-Digamos, te gusta la gente bien dispuesta.
-A mí, en general, la gente que se queja, comprendiendo que tiene muchas razones para ello, me da un poco de pereza. Nadie quiere estar con ellos. En cambio, el que dice: "Mira, me pasa esto, pero, bueno, no tepreocupes, si me puedes ayudar, ayúdame; si no, ya me ocupo yo", pues a mí me gusta más. Daisy es una persona así. Como una de las protagonistas de la novela, es muy gratificante leer su historia.
-Además es guapa, es voluntariosa y es española. Tiene todo.
-Efectivamente, lo tiene todo. Todos mis libros tienen una pata española.
-¿Por qué?
-Porque yo siempre digo que la historia española es conocida muy a medias y muchas veces explicada porque uno la tiene que explicar. Por eso me parece interesante que conozcamos lo que pasaba por aquí, que al final es una historia que, en vuestro caso, es una historia muy compartida. Es decir, tenemos muchas partes que compartimos.
-En líneas generales, son muchas, sí.
-Es interesante un poco la reivindicación de la historia del mundo más latino, porque parece que no hubiéramos hecho nada y la realidad es que hemos cambiado el mundo completamente. Y me parece que tenemos que ser capaces de reivindicar eso.