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Ramón saca brillo a los calzados y da el ejemplo con sus propios zapatos.
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Nacido el 11 de julio de 1938, la vida no fue fácil para él. Criado por tíos que lo trataban como un sirviente, sufrió el desamor y la dureza de una infancia que todavía le genera punzadas en el alma.
“Una vez los escuché hablar entre ellos. Yo era muy chico. Uno le tiró mi acta de nacimiento al otro y le dijo: ‘Llevátelo, hacé lo que quieras’", recuerda con tristeza en diálogo con Diario UNO.
Cuando llegó a Mendoza, las cosas no mejoraron de inmediato. Trabajó en la construcción, en la cosecha, incluso cavando pozos para baños. Pero Ramón nunca dejó que las adversidades lo doblegaran. Y la vida, finalmente, le sonrió: conoció a Yolanda Edith Lencina, con quien formó una familia unida y numerosa.
“Su hermano lustraba zapatos y me interesó ver de qué se trataba. Corría 1962 cuando aprendí el oficio. Desde entonces me dediqué a esto toda la vida”, relata con orgullo. Gracias a su trabajo y a una esposa que siempre lo apoyó, pudo mantener a su familia y educar a todos sus hijos. “Hoy son hombres y mujeres de bien”, agrega, satisfecho.
Siempre honesto, caballero y respetuoso, Ramón es un hombre de ley. Saluda con el apretón de manos firme que delata su educación y repasa su trayectoria con humildad: “Nunca derroché dinero. Siempre fue para la familia, y jamás rechacé las changas que aparecían”.
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"Me gusta que mis clientes se vayan contentos", dice Ramón.
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Viudo desde hace dos años, encuentra su mayor orgullo en sus hijos: Viviana, Elizabeth, Mónica, Laura, Yudith, Mario, Edgardo, Francisco y Gustavo. “Ellos me dieron el regalo más hermoso: mis nietos, que me adoran”, dice emocionado. Y aunque el oficio no pasó a la siguiente generación, Ramón no se preocupa: “Ellos tienen que tener otro futuro. Ni siquiera me preguntan demasiado”.
Don Villa vive en la 6ta Sección, aunque describe su rincón de trabajo como su “segunda casa”. Allí, de 9 a 14, mantiene viva una tradición que ha cambiado con los tiempos.
A 1500 pesos el lustrado
Ramón asegura que los lustrabotas van desapareciendo. Las pruebas están a la vista: “Antes lustraba 30 pares al día, ahora, con suerte, cinco. Todo el mundo usa zapatillas”, comenta mientras deja impecables los zapatos de Yoel por 1500 pesos.
"Esta noche tengo un casamiento y me vine volando a esta esquina porque sabía que Ramón me los iba a dejar nuevos", detalla el joven. Y aclara: "Le voy a pagar más de lo que me pide".
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La postal de todos los días en San Martín y Espejo.
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Pero el secreto de Ramón no está solo en el brillo que consigue, sino en el calor humano que regala.
“Me gusta que el cliente se vaya contento”, reflexiona con esa sencillez que lo define. Y es que, como sus zapatos, la vida de Ramón también brilla y deja una lección entre quienes tienen el privilegio de cruzarse con él.