No reconocida, aunque fue quien recibió al primero de los heridos que dejó la guerra, el cabo Ernesto Hurbina.
Han pasado 40 años, y la Argentina sigue sin premiar el trabajo que hicieron estas 30 mujeres, de las clases '79, '80 y '81 del Ejército, que también pelearon en una guerra, pero interna: pelearon con las heridas, las amputaciones, la piel que olía a quemado, pelearon con la tristeza y la incomunicación de los soldados con su familia. Sin lugar a dudas son veteranas de guerra y deben ser recocidas como tales.
Si bien presentaron un proyecto para esto en 2016, aún no se los considera válido y las enfermeras de la Base de Puerto Belgrano continúan contando, como en una letanía, el calvario que les tocó pasar y lo poco valoradas que se sintieron.
Buscaban un sueño y encontraron la guerra
Cuando salió de la secundaria, en su General Alvear natal, Marisa no pensó en vivir aquella terrible experiencia de una guerra.
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Marisa Peiró y el Ernesto Hurbina, el primer herido de la Guerra de las Malvinas a quien le tocó recibir en el hospital de Puerto General Belgrano. En esta foto, se reecontraron en General Alvear.
Era 1980 y su sueño tenía que ver con formar parte del Ejército. Quería estudiar medicina, pero finalmente se decidió por enfermería. Ingresó en las Fuerzas Armadas, y quedó seleccionada entre 1.600 chicas para integrar el Hospital Naval de la Base General Belgrano, en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, pero en su caso, su gran orgullo fue que obtuvo el primer promedio nacional.
En 1982, y en pleno estudio, les avisaron que la Guerra de las Malvinas había comenzado y entonces, tampoco tomó dimensión de las situaciones terribles que le tocaría atravesar.
De repente, todo lo que había estudiado, no le alcanzaba para ver lo que vio: soldados que llegaban a la base Belgrano con los pies congelados, a los que había que amputarle las piernas. Otros heridos de bala, perdiendo sangre. Muchos quemados.
"Es el día de hoy, y yo no puedo soportar el olor a quemado, me acuerdo de ese olor y se me eriza la piel", explicó Marisa.
Para los soldados, ella y sus compañeras, fueron todo el contacto afectivo que tuvieron: sus madres, sus hermanas, sus amigas,
Pero también eran sus palabras.
Cartas inventadas
"A muchos de los chicos, nosotras les ayudábamos a escribir las cartas que querían enviarles a su familia. Hay que entender que no tenían a nadie, que no sabían dónde estaban ni cómo iban a quedar", contó.
Entonces, las enfermeras tomaban lapicera y papel, y traducían todos esos sentimientos en palabras, para que los enfermos pudieran encontrarse con sus seres queridos.
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Pero Marisa confiesa que no solo ayudaban a los soldados a escribir esas cartas sino a recibirlas: "Sí, tengo que contarte que también les escribíamos cartas inventadas a los chicos que no recibían nada de su familia. Era mucha la tristeza que sentían y nosotras los teníamos que animar. Sí lo hicimos como un acto de amor".
Quizás esos jóvenes murieron. Quizás, pudieron sanarse. Pero seguramente, las cartas escritas por las enfermeras los ayudaron a sobrevivir al horror.
Un reconocimiento que no llega
Marisa y un grupo de enfermeras no reconocidas como veteranas por el Estado Argentino, siguen insistiendo en que esto por fin se convierta en una ley nacional. Quien está detrás de esta posibilidad es la diputada nacional Pamela Verasay (UCR), quien ha insistido con el pedido, que ingresó al Congreso en el 2016.
"Nos parece completamente injusto no tener nuestra pensión, porque a nosotras también nos quedaron grandes secuelas y hemos sido las mujeres invisibles y olvidadas de la Guerra de las Malvinas", aseguró la enfermera que actualmente vive en Canadá y cada año viene a Mendoza, esperando que este resarcimiento llegue, como una cuestión de honor, a su vida.