Lo cierto es que la vida marina también influye. En zonas donde hay gran cantidad de fitoplancton (organismos microscópicos que realizan fotosíntesis), el mar adquiere tonalidades verdes. Estas diminutas plantas contienen clorofila, la cual absorbe la luz azul y roja, pero refleja la luz verde, tiñendo el agua de ese color.
Las áreas con gran productividad biológica, como los deltas de los ríos o los mares fríos, suelen presentar este tipo de coloración, indicando una alta concentración de nutrientes y vida marina.
Sedimentos y corrientes costeras: el agua marrón o turbia
En costas poco profundas o cercanas a desembocaduras de ríos, el océano puede tomar un tono marrón, grisáceo o lechoso. Esto ocurre cuando la corriente arrastra sedimentos, arena o arcilla, y el agua no permite que la luz penetre con facilidad, alterando su color.
Las tormentas o el oleaje también remueven el fondo marino, haciendo que el océano luzca más turbio de lo habitual, especialmente en días nublados.
La luz solar y el ángulo de observación también es un factor importante. Esto es debe a que la cantidad de luz que incide sobre el agua, así como el ángulo desde el cual se observa, afecta directamente la percepción del color.
Por ejemplo, durante el amanecer o el atardecer, el océano puede verse más dorado o anaranjado, mientras que en días nublados luce gris o apagado. La atmósfera, las nubes y las partículas en el aire también influyen en este fenómeno óptico.
El color del océanono solo cautiva por su belleza, sino que también ofrece información valiosa sobre su estado ecológico, su profundidad y la actividad biológica que alberga. Por eso, la ciencia realiza una observación sobre ellos, para utilizar esta información para monitorear los océanos y detectar cambios en el clima o la biodiversidad.