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"Suelo cerrar la heladería a las 6 de la mañana, porque me quedo fabricando para el día siguiente", dijo Rodrigo Briffi, que tiene su local en San José.
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Los clientes suelen ser exigentes y apegados a las tradiciones. Rodrigo admite que los cambios no siempre son bien recibidos. “Mi encargado de marketing me aconseja ir de a poco, porque hasta una modificación en la estética puede no gustar. Y ni hablar si cambio la marca del chocolate: los fanáticos lo detectan enseguida”, dice.
En esta temporada alta de helados, Rodrigo tiene un horario especial: aunque cierra pasada la medianoche, alrededor de las 2 de la madrugada, suele permanecer hasta las 6 fabricando los sabores para el día siguiente. "Un sacrificio que vale la pena", admite.
Sabores con nombre propio: “Giuliana, Martina, Clementina…”
En Villa Nueva, Guaymallén, Humberto Italiani fundó su heladería hace 40 años. A lo largo del tiempo acumuló incontables historias, pero nada le genera mayor satisfacción que ver pasar generaciones enteras por su reconocido local de Arenales y Bandera de los Andes.
Como buen descendiente de italianos, Humberto es un fanático de la familia. Y en especial de sus siete nietos, a quienes les dedicó un sabor de helado a cada uno.
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Humberto Italiani tiene 74 años y fundó la heladería hace 40. Con cada uno de sus nietos creó un sabor diferente.
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“Bernardita es la mayor y para ella hicimos una crema especial con trocitos de maracuyá y crocante”, cuenta con la emoción propia de un abuelo. Cuando nació Piero, su único nieto varón, creó el sabor "A lo Piero", un chocolate con salsa irlandesa y pedacitos de almendra. Luego llegaron Antonia, con una crema de duraznos; Giuliana, de coco; Rufina, de chocolate con naranja y brownie; Martina, de maracuyá y mango de estación; y finalmente Clementina, con frutilla y galletitas Oreo, porque es lo que más le gusta. “Cada gusto tiene algo de la personalidad de mis nietos”, asegura Humberto con orgullo.
Los tiempos cambiaron y la inseguridad obligó a modificar costumbres. “Antes cerrábamos a las 4 de la mañana. Ahora hay que tomar ciertos recaudos”, reconoce. Hoy, la heladería está en manos de sus dos hijos varones. Humberto, en cambio, prefiere ir de noche, disfrutar de una charla con amigos y agradecer la fidelidad de los clientes de toda la vida.
Rufina, la clienta que se volvió amiga
En Innamorato, del barrio Dalvian, los empleados también atesoran historias entrañables. Una de ellas es la de Rufina, una pequeña clienta que, con el tiempo, se volvió una amiga más.
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En Innamorato de Dalvian esperan a Rufina casi todos los días.
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“Sabemos cuál es su sabor favorito y, además, nos toma fotos”, cuenta Lucía, empleada del local.
Claro que hay clientes aún más exigentes, como una vecina que solo acude si hay dulce de leche. Y lo deja bien en claro: “Es el único sabor que me gusta. Al punto de que, en un local del centro, tiempo atrás tuvieron que devolverme el dinero porque se habían quedado sin mi helado favorito”, relata entre risas.
Lo cierto es que las heladerías mendocinas, además de ser un lugar para refrescarse en el verano, son sitios donde se siguen construyendo historias entrañables.