Amarillos, cremosos y presentes en casi todas las cocinas argentinas. La manteca y la margarina suelen confundirse en el carro de compras y hasta en las recetas, pero poco tienen que ver entre sí más allá de su apariencia. Un vistazo a sus orígenes, composición y efectos en nuestra salud revela diferencias que vale la pena conocer.

La manteca tiene siglos de historia. Nace de la leche animal, tras batir la crema hasta separar la grasa del suero. Abuelas y bisabuelas mantenían vivo este procedimiento casi artesanal que hoy industrializamos, pero cuya esencia sigue intacta. El resultado: un alimento con 80% de grasa láctea que define el sabor de las medialunas porteñas y las tortas caseras.

La margarina, en cambio, apareció recién a fines del siglo XIX cuando la comida escaseaba y hacía falta una alternativa barata a la manteca. La ingeniería alimentaria creó este producto procesando aceites vegetales mediante hidrogenación para volverlos sólidos. Con los años, la margarina evolucionó hasta convertirse en lo que hoy encontramos en las góndolas.

Las diferencias nutricionales

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Las diferencias entre la manteca y la margarina son muchas.

Las diferencias entre la manteca y la margarina son muchas.

La principal diferencia está en su ADN. La manteca viene directo de la vaca: 100% animal, con vitaminas A, D, E y K naturalmente presentes. Su sabor inconfundible y ese aroma que despierta el apetito provienen de compuestos propios de la leche, sin agregados artificiales.

Del otro lado, la margarina nace en el laboratorio. Su base son los aceites de soja, girasol, maíz o palma, transformados químicamente para imitar la consistencia de su competidora láctea. Los fabricantes han trabajado duro para eliminar las famosas grasas trans de sus fórmulas. Las margarinas que compramos hoy suelen incluir vitaminas añadidas y fitoesteroles para reducir el colesterol.

Manteca vs margarina: ¿cuál es más saludable?

El debate no termina. Durante décadas, la manteca fue la villana por sus grasas saturadas y el supuesto riesgo cardiovascular. Hoy, nutricionistas revisan esa teoría: parece que el asunto es más complejo y las grasas naturales de la manteca no son tan malas como pensábamos.

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La margarina vivió una historia inversa. Primero la promocionaron como la opción saludable hasta que descubrieron que las grasas trans que contenía eran peores que las saturadas. Los fabricantes reaccionaron rápido eliminándolas casi por completo de las versiones actuales.

Los cocineros profesionales tienen claro cuándo usar cada una. Entre las diferencias más notables en la cocina:

  • La manteca le da a los croissants y masas hojaldradas ese sabor que ningún sustituto logra imitar
  • La margarina aguanta mejor el calor de la cocina en verano sin derretirse por su punto de fusión más alto
  • La manteca crea texturas insustituibles en recetas de pastelería clásica
  • La margarina sale fácil de la heladera y se puede untar inmediatamente, sin esperar

Al final, la elección entre manteca y margarina depende tanto del plato como de la persona. Los nutricionistas coinciden: cualquiera de las dos puede formar parte de una dieta normal, siempre y cuando no nos excedamos. Como en tantas cosas, la clave está en la moderación.

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