CUENTOS EN VACACIONES

El hombre imposible

Su lenguaje sigue siendo tiernamente trágico y apocalíptico. Santo o psicópata, este hombre tiene la mala suerte de todos los profetas

He llegado. Y ese hombre está allí, arrebolado de gentíos. Gallardo e imponente, tal cual aparecía en los diarios. La multitud ansiosa me apretuja. Y él nos mira a todos desde el verticilo solemne de sus ojos: son dos profundos bulbos de cristal, rellenos de medianoche.

Cada una de sus palabras, -pronunciadas en aluminio, seda y nácar- nos llega desde ubicuos altavoces. Telerreceptores gigantes inflexionan su imagen, peregrina y multilateral, sobre rampantes pantallas y consolas. En incontable murmullo, hordas incrédulas parecen transitar la piedad de antiquísimas plegarias. Transpiro. Pienso que al fondo de la ciudad hay un acuario.

Él ha hablado. Silueta tristísima, con su pelo revuelto, lacio, enajenado. Todo su apariencia se derrama extemporánea e inverosímil.

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Capricornio. "¿Quién es usted, realmente? ¿Su verdadero nombre? ¿Es usted amnésico?" - tornan a preguntarle.

Y él, Sísifo, vuelve a responder con una certeza que dibuja arcos y columnatas de un templo inconmovible:

- Yo soy el Cristo Jesús, el que había de venir... Mi nombre, mi persona...

Pero el oleaje abrupto de miríadas de bocas estupefactas espanta los últimos vocablos, como a inermes escoltas de una mayestática revelación. Desde el brocal, conturbados, todos oteamos el fondo insondable de un pozo. Y vemos reflejadas nuestras risas instantáneas. Pierdo fugazmente el equilibrio.

En todos sus repliegues y ondulaciones, esta imperiosa y brusca geografía está impregnada del clamor denso de las muchedumbres. Yo también grito, y entumecidamente, empiezo a girar sobre mí mismo, jadeo, aspiro... De entre el vasto naufragio de cabezas emergen como aliteraciones y descuellan altísimos relojes y las impúdicas torrezuelas de propaganda.

Caifás, Dimas, Nicodemo. -¿De dónde ha venido, quién lo trajo, quiénes lo mandaron... período de entrenamiento? ¿Es usted marciano o algo así? ¿Dónde obtuvo sus poderes parapsicológicos?

Vano tratar de penetrarlo. Todo él es desvarío. Sin embargo, cada una de sus demoledoras respuestas pareciera multiplicar las cuñas y grietas remotas de más de dos mil años de nuestra historia.

- No, ni los rusos ni los norteamericanos me han enviado. Tampoco los chinos... Sólo embajador del Hombre, no espía... El espíritu salvador es la única potencia igualitaria... Si de verdad quisieran entenderme, ya lo habrían hecho... He vuelto...

Esta vez Herodes. Lo zahieren: ¿Es usted Clark Kent o Superman? Podría sobrevivir de los derechos de autor de sus evangelios... o como protagonista del Jesus Rock Theater. ¿Sabe algo de Elías?

Como descomunales insectos de ojazos múltiples, los reflectores acechan, la red ofídica de cables se retuerce a sus pies, los audios y tubulares lo agreden, conflictivos micrófonos quieren tramar garfios y arietes y traspasarle el vallado marfilíneo de los dientes.

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Él está solo. Me conmueve. Las vértebras moleculares de esta compacta y adhesiva gelatina de gente se condensan y contraen en todos mis derredores. Yo soy una astilla. Pugno, braveo febril, inútilmente por llegar a él; a aquel extraño solinauta encolmenado de misterios, hombre de blancas páginas. Él, que parece tener todas las respuestas arrinconadas en su lengua; extranjero de todas partes, que enhebra y desenhebra en búmerangs nuestras cerbatanas de preguntas. Las mujeres alzan niños semiahogados y lo aclaman el Cristo. Él parece aceptar todo lo inabordable como una ofrenda, Minotauro perdido en su laberinto.

Sanedrín. ¿Dónde estaba usted durante la Cuarta Guerra Mundial? Si de verdad es el Mesías Todopoderoso, ¿por qué no la impidió? Fue confinado e investigado bajo el poder del Estado Mayor. Vinieron delegados de las Naciones Unidas... ¿Qué declaró? ¿Sabe que su monstruosa memoria e increíble dominio de tantas lenguas ha desorientado por completo a psiquiatras, exorcistas y parapsicólogos?... ¿Puede probar que es usted el Cristo, a quien nuestros disidentes aclaman como Mesías?... ¿Cómo logró resucitar a aquel soldado decapitado por un obús en Tailandia? ¿Cómo pudo vaticinar con tanta precisión, usted solo en el mundo, que el Mediterráneo cubriría definitivamente a Córcega y Sicilia?

- Yo soy el Cristo, el hijo de Dios Vivo. Y las constelaciones y los tiempos darán testimonio de mí. Ellos no quieren reconocerme. Temen que mi sangre se incendie sobre sus avenidas y edificios, sobre sus parlamentos y arsenales, porque mi muerte fue infamia de otros tiempos. Por eso, ahora me crucifican de silencio. Para que todos callen mi nombre y mi regreso. Porque yo amo y doy la palabra de vida y ellos sólo reconocen la palabra de la muerte.

Imponente plagiario de Zaratustra -lo tildaron en San Pablo. Y él obró milagros. Nos agobió de pavor y de misterios.

Anás. Algunas versiones fidedignas insinúan que toda este oscuro episodio podría haber sido hábilmente urdido y explotado por las altas esferas de control masivo...

Ya es de noche. Negra noche con aliento a ozono. A esta hora, en las grandes capitales todo se disgrega. La muchedumbre, harta de tanta monotonía hipertensa, se ha ido tornando laxa, fluida, casi expugnable. Sigo avanzando en procura de aquel hombre-astrolabio. Soy otro, a medida que me abro paso entre omóplatos, pectorales, abdómenes.

Su lenguaje sigue siendo tiernamente trágico y apocalíptico. Santo o psicópata, este hombre tiene la mala suerte de todos los profetas. Monotemático como todos ellos. A pocos pasos de él, bajo los reflectores, hay un par de muchachas que lo inundan todo con una primavera de miradas verdes. Sonríen a los camarógrafos. Ahora alcanzo a distinguir, imprecisamente, un nudo de patrullas, camiones y ambulancias. En las inmediaciones, sobre un celofánico capot de un tanque, varios soldados barajan naipes de póker, y otros juegan a arrojar dados por encima de la plataforma energética. El Iscariote, Anás, Dídimo y sus prosélitos calzan gafas de carey y platino, gatillan los grabadores, toman apuntes, computan, hacen prolijos nudos a sus preguntas repetitivas.

"¿Por qué rechazó la invitación al vigésimo noveno festival de Woodstock...? ¿Es que desprecia a nuestra juventud? Frecuenta narcómanos, homosexuales, prostitutas, proscriptos... ¿No es eso lo que usted califica de escándalo?... Si de veras vino a traer un importante mensaje, ¿por qué no lo explica claramente? Si ama la paz verdaderamente, ¿por qué no impidió el Holocausto atómico de Medio Oriente? ¿Por qué no borra el hambre de la faz de la tierra?"

Ese hombre es real. Toda su atroz imposibilidad lo torna más real a cada instante. Porque es nuestra propia realidad la que junto a él, se torna ridícula e insoportable. Su esencial misterio reflorece en cada nueva palabra. Convive con el mundo y es insufrible saber que no sabemos de dónde procede, ni cómo resarcirnos de su lacerante hiato fatal con el azar de nuestro planeta. Mientras él viva, nuestras vidas irán perdiendo sentido. Aseguran que es un taumaturgo a secas, pero yo nada he visto, y sólo puedo afirmar que -si no es Dios- al menos merecería serlo.

La audiencia es cada vez más exigua. Seguramente han vuelto a casa descorazonados hombres, mujeres, niños, viejos, enfermos, delirantes, místicos y ninfómanas; sociólogos, neo-esenios, y clérigos vergonzantes; espiritistas y políticos... Porque el final de esta fantasía tarda ya demasiado.

Ahora puedo apresurarme más, hasta detenerme a poco trecho de él que, -sin eludir el acoso de escribas y fariseos- ha encendido una parca fogata, casi en los umbrales rocosos de su cueva.

Vadeo atropelladamente las últimas marejadas de adeptos y curiosos. No puedo resistir ya a las jaurías obsesivas que devoran mi cerebro. Me basta con extender la mano para asir el tosco faldón de su camisa.

Ladeando apenas su cuerpo mágico, me mira de improviso. Nos acribillan los flashes con relámpagos voltaicos, los teletipos se crispan... porque, junto a él, todo es noticia. Y en cualquier momento, su absurda vacuidad puede deshilacharse, traicionarse en un gesto o una palabra impensados. Revelar la verdad oculta tras su convincente actitud ascética. Tornarlo repentinamente y comprensiblemente humano... Parece que fuera a hipnotizarme.

Desde 200.000 almácigos de telarañas catódicas, tiburones enardecidos nos harán pedazos con sus dientes televisivos, procurando desentrañarnos.

Bien lo sé. Pero una palabra suya me servirá de rescate, y habré desandado mis despojos.

Sigue esperándome. Sus ojos son teofanía. Su proximidad, purificación... Por eso, descorro las cremalleras, arranco los botones, abdico de elásticos y filacterias, expongo mi repentina desnudez... He extendido mis manos y él puede adivinarlas.

En un sarcasmo, alguien titila las luces. Otro chasquea la lengua. Pero yo, imperturbable, digo:

"Jesucristo, Hijo del Hombre, Dios Vivo: cúrame para que crea en Ti y proclame tu victoria..."

A mis espaldas, hay un tumulto de calles contorsionadas de risa. Las presiento. Obnubilados, los soldados han paralizado sus naipes, los signos de los dados se han desvanecido. Se han metamorfoseado en pulpos grisáceos los espléndidos ojos verdes de las muchachas. Hay atmósfera de fugas y desencuentros. Sequedad en la faringe.

Cristo, el Verbo, tiene las pupilas plácidas cuando los veinte siglos olvidados nos aletean, sanguíneos, en la cara. Se nos resbalan de las axilas, por el mentón, por entre los dedos... La posca y el Centurión Longinos...

Sorbe una lágrima ácida y me responde: "Mezquina es tu fe, amigo... ¡Cuán poco me amas!"

Suplico. Insisto. Grito. "Necesito tu señal para creer y para amar, para olvidar la muerte. Soy sólo un hombre extraviado y arrepentido. Cúrame y seré fiel... Sálvame, e inclinaré mi cabeza, creeré..."

"Muchos han muerto para que creas. ¿Cómo has imaginado que sólo a uno podría salvar, si somos todos sangre de la misma herida?"

Me hace palpar las llagas punzantes de sus manos. La ronca desgarradura de su pecho. Llevo a mis labios impuros unas gotas de su tibia sangre. Trago. Escupo.

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Antes de que puedan impedírmelo, he arrebatado la bayoneta calada de manos de un soldado sorprendido. La enarbolo y enfrento, el dedo en el gatillo. La hundo en el lado izquierdo del extraño que se proclama Cristo.

Quiero creer... Disparo.

* El autor: Licenciado en Filosofía y Letras (UNCuyo) y Diplomado en Lengua y Cultura Inglesa. Docente y periodista. Nació en Mercedes (Buenos Aires) y falleció en Mendoza, donde estudió, se graduó y ejerció diversas actividades académicas y profesionales.

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