Se detuvo y miró a su alrededor, pero no vio nada. A lo lejos se sentían pasos sobre rocas y las quejas de belfos y de cureñas. De pronto todo ruido cesó, y el silencio se apoderó de la montaña. Francisco continuó avanzando, ahora muy lento, pero su sensación de inquietud crecía por momentos, intensificada por la soledad de la montaña y la densidad de la noche.
Vio una figura en la distancia; una silueta oscura que se recortaba contra el cielo gris. Francisco se acercó con cautela, su fusil listo para disparar.
Al acercarse, vio que era un hombre, vestido con ropaje muy antiguo y desgastado, con una mirada vacía en los ojos, y una expresión nívea en su rostro. Francisco se detuvo y lo miró con sorpresa, algo de miedo y mucha intriga. "¿Quién eres?", le preguntó.
El hombre no respondió. Solo lo miró con una expresión extraña, como si estuviera viendo algo que no estaba allí.
Francisco sintió un escalofrío en la espalda. Algo no estaba bien. De repente, el hombre habló, con una voz baja y ronca, con un sonido semejante a piedras chocando unas con otras, pero increíblemente comprendió lo que le decía: "Soy el guardián de Los Andes", dijo. "Y tú, soldado, ¿cómo osas perturbarme? Eres un intruso".
Francisco se sintió confundido. ¿Qué quería decir el hombre? ¿Por qué lo llamaba intruso?
La figura desapareció, como si se hubiera esfumado en el aire. Francisco se quedó solo, con una sensación de desconcierto y miedo.
¿Qué había pasado? ¿Quién era el hombre misterioso? Francisco no lo sabía, pero estaba seguro de estar despierto y de que había tenido ese encuentro en medio de la montaña. Entonces apuró el paso y continuó junto al ejército.
Pasaron los días de la larga travesía y nuevamente Francisco se alejó de la fila de su regimiento. Como antes sintió el escalofrío de aquella noche.
El guardián de la montaña reapareció de nuevo frente a él, con su mirada penetrante y su voz baja y ronca. "¿Cuál es tu misión, soldado?", le preguntó.
Francisco se sintió un poco nervioso, pero respondió convencido: "Mi misión es la libertad de América. Luchamos contra el dominio español y buscamos liberar a nuestros hermanos y hermanas de la opresión".
El guardián lo miró con interés, como si estuviera evaluando la respuesta de Francisco. "¿Y por qué tantos hombres y bestias se atreven a perturbar el silencio de la montaña?", preguntó.
Francisco reflexionó por un momento antes de responder: "Es cierto que nuestra presencia puede perturbar el silencio de la montaña, pero creemos que nuestra lucha es justa y necesaria. La libertad no se conquista sin esfuerzo y sacrificio", y seguimos la misión y visión de nuestro comandante.
El guardián asintió con la cabeza, como si hubiera encontrado la respuesta que buscaba. "Muy bien, soldado", dijo. "Te doy paso para que continúes tu misión. La montaña te permitirá pasar, pero recuerda que debes respetar su silencio y su espíritu".
Y con eso, el guardián desapareció una vez más, dejando a Francisco libre para continuar su camino. Francisco se sintió aliviado y agradecido, y siguió adelante con renovada determinación y respeto por la montaña y sus secretos, siguiendo el destino que lo llamaba, al igual que al Gran Capitán de Los Andes.
Autor: Juan Marcelo Calabria.