Felipe Alonso Rodríguez, el religioso de más edad del Colegio San José de los hermanos Maristas, celebró sus 100 años de vida rodeado de afecto, con una emotiva misa y un alegre festejo.
Felipe Alonso Rodríguez, el religioso de más edad del Colegio San José de los hermanos Maristas, celebró sus 100 años de vida rodeado de afecto, con una emotiva misa y un alegre festejo.
Miembros de la comunidad educativa, docentes, exalumnos y compañeros religiosos se acercaron a compartir con él este momento único por su centenario, recordando anécdotas, reviviendo experiencias y agradeciendo su incansable labor a lo largo de los años. Felipe se convirtió en el centro de una celebración llena de emociones, donde se destacó su inmenso legado en la educación y la formación de generaciones enteras.
Con una salud envidiable y una lucidez sorprendente, Felipe nació en León, España. Luego de iniciar su apostolado durante seis años, decidió estudiar el profesorado de Física, Química y Matemática, disciplinas en las que volcó su pasión por la docencia. Su trayectoria estuvo marcada por décadas de enseñanza tanto en San Rafael como en Mendoza, donde dejó una huella imborrable.
No solo fue un excelente docente, sino también un catequista comprometido y un gran motivador. Siempre dispuesto a escuchar, supo estar presente para quienes necesitaban un consejo, una palabra de aliento o simplemente un oído atento.
"Me produce una alegría enorme que en este día especial mis exalumnos se acerquen a saludarme. Me dicen que fui el mejor y no sé si realmente fue así", expresó con humildad, esbozando una sonrisa. Luego, con su característico sentido del humor, agregó: "Hoy mi único problema es la sordera, que no me permite conversar mejor".
A pesar de llevar décadas en Argentina, conserva intacto su encantador acento español, lo que, sumado a su carácter afable y su sabiduría, lo hace aún más entrañable. "En general, tuve excelentes alumnos y en mis clases no volaba ni un mosquito", recordó entre risas, dejando en claro que su disciplina siempre fue parte de su enseñanza.
Vivir con alegría y trabajar con pasión fueron siempre sus premisas. Su vida estuvo marcada por el orden, la disciplina y un equilibrio perfecto entre la vida religiosa marista, la exigencia académica y la ternura en el trato con los alumnos. Su excelente salud mental es prueba de esa armonía con la que transitó su camino.
Gran amante de la montaña, muchísimos exalumnos aún lo recuerdan con gratitud por su paciencia y dedicación a la hora de prepararlos para el ingreso a la universidad. Su vocación trascendió las aulas y se convirtió en una inspiración para generaciones enteras.
“Su devoción hacia María, su presencia y cercanía con los alumnos hicieron que se ganara el respeto de toda la comunidad”, lo definió el hermano Eutimio Rubio Sáez, representante legal del Colegio San José de los Hermanos Maristas, institución donde Felipe vive desde hace años.
En medio del festejo, se proyectó un video con fotos que reflejaban distintos capítulos de su vida: su infancia en España, sus primeros pasos en la vocación, sus años como docente y su incansable labor como guía espiritual. Cada imagen despertó aplausos y emoción en los presentes, quienes celebraron no solo su centenario, sino también su ejemplo de vida.
Los hermanos maristas son hombres consagrados a Dios, que siguen a Jesús al estilo de María, en comunidad, y se dedican especialmente a la educación de los niños y de los jóvenes, con más cariño por aquellos que más lo necesitan.
La principal diferencia entre un sacerdote y un hermano marista es que el primero está ordenado y administra sacramentos, mientras que el segundo no.
“Hermano marista, maestro apasionado, guía y ejemplo de vida. Con exigencia y cercanía enseñó matemática y física, pero sobre todo formó corazones con valores, fe y amor al prójimo”, expresaba uno de los mensajes del video.
Eutimio concluyó con palabras de profundo reconocimiento: “Siempre dispuesto a tender una mano, a brindar su tiempo y a motivar a cada joven a ser su mejor versión”.
Al recorrer su historia en imágenes, quedó claro que los 100 años de Felipe no solo son motivo de celebración, sino también de gratitud. Su legado sigue vivo en cada alumno que pasó por sus aulas, en cada vida que tocó con su sabiduría y en cada corazón que formó con amor y dedicación.