Según el director del Parque Arqueológico de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel, "estos espacios son parte del 'efecto Pompeya': es como si la gente hubiera salido hace un minuto". Las paredes rojo intenso, los mosaicos con mármoles imperiales y los bancos de piedra en el vestuario reflejan una opulencia que contrasta con el destino trágico de sus dueños.
Un descubrimiento lujoso a más no poder
El complejo termal, ubicado en el corazón de la residencia, funcionaba como un centro de lujo y socialización. Quienes accedían a él iniciaban su recorrido en un vestuario decorado con motivos geométricos en mármol, seguido por una sala caliente con sistema de calefacción bajo el piso. Después de un baño sauna, los usuarios pasaban a una estancia tibia para ungirse con aceites, y culminaban en el frigidarium: una sala fría con columnas rojas, frescos de atletas y una piscina central de más de un metro de profundidad.
"En verano, podías sentarte con los pies en el agua, charlar con amigos y tomar una copa de vino", describe Zuchtriegel, parte del equipo que realizó el descubrimiento. La capacidad para veinte o treinta personas sugiere que estos baños no solo servían para la higiene, sino como espacio de ostentación. La presencia de materiales como pórfido egipcio y mármol de Anatolia confirma el alcance global de los contactos comerciales de la élite pompeyana.
La propiedad, vinculada al político Aulus Rustius Verus, incluye además una lavandería, una panadería y salones de banquetes con paredes negras y escenas mitológicas. Los arqueólogos hallaron herramientas y conchas de ostra acumuladas en una habitación azul, destinadas a crear un efecto nacarado en los muros. "Solo las familias más ricas podían permitirse un complejo así", afirma Zuchtriegel, "era un símbolo de poder".
Bajo las cenizas
En una habitación contigua a los baños, sin decoración y de apenas unos metros, yacían los esqueletos de una mujer de entre 35 y 50 años y un joven de unos 20. Ambos se refugiaron allí durante la erupción, pero una pared derrumbada por el flujo piroclástico -una avalancha de gas y ceniza a 500°C- los mató. "Él murió aplastado al instante; ella sobrevivió unos minutos, presenciando su agonía, antes de asfixiarse", explica la arqueóloga Sophie Hay.
La mujer sostenía monedas de oro y plata, aretes de perlas naturales y un collar de ámbar. El joven, en cambio, portaba llaves y mostraba signos de desgaste óseo, indicio de trabajos físicos. "Ella pertenecía a la élite; él quizás era un esclavo", señala Hay. Los objetos personales, ahora conservados en la bóveda de Pompeya, incluyen cristalería, jarras de bronce y gemas talladas. "Al tocarlos, la distancia entre su mundo y el nuestro desaparece", comenta el arqueólogo Alessandro Russo.
Un secreto oscuro
Detrás de la opulencia, sin embargo, se escondía una realidad sombría. En la sala de calderas, esclavos alimentaban hornos bajo condiciones extremas para mantener el agua caliente. "El contraste entre el lujo de los baños y el infierno que vivían aquí es abrumador", dice Hay. "Un muro separaba dos mundos irreconciliables", agrega.
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La BBC presentó este descubrimiento en un documental.
La excavación, documentada por la BBC en un nuevo documental sobre estas excavaciones, entra en sus últimas semanas, pero cada día depara hallazgos. "A veces llegamos pensando en un día normal y descubrimos algo excepcional", confiesa Anna Onesti, directora del proyecto. Aunque el sitio abre parcialmente al público, su apertura total permitirá que el mundo admire —y reflexione— sobre el legado de una civilización congelada en el tiempo.