Pero un día, ya en Mendoza y en plena misión pastoral, decidió dar un paso que para muchos podría parecer contradictorio, pero que para ella fue coherencia pura: dejó los hábitos.
“Salí de la congregación, pero no perdí mis creencias más profundas. Me quedé en Mendoza, me quedé en la fe”, dice sin vueltas. Porque lo suyo no fue un alejamiento. Fue una transformación. “Sigo profesando la fe, pero desde otro lugar. Sigo creyendo profundamente. Me emociona la gente que cree, que busca, que camina”, se sincera.
Una Semana Santa sin estridencias, pero llena de sentido
Sobre cómo vive la Semana Santa, su respuesta es sencilla y cálida.
“La vivo con tranquilidad, con serenidad. Como mucha gente. No tengo planeado participar de celebraciones formales, pero sí son días de profunda reflexión, de volver a las raíces”. Y ahí nomás aclara: “Entiendo que para muchos es simplemente un feriado largo, y lo respeto. Pero también sé que hay muchísima gente que aprovecha estos días para pensar, para frenar”.
Para Mercedes, el Jueves Santo tiene una significación muy íntima. Muy personal y poderosa.
“Me pone en contacto con mi papá”, dice. Su padre, viudo, fue ordenado sacerdote en sus últimos años. Y ese acto de amor, de entrega, de consuelo, la marcó para siempre.
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Mercedes junto a sus perros en Gestión Nativa, una ONG que fundó hace muchos años. Aquí, con una de sus colaboradoras.
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“Me emociona pensarlo. Ya fallecido. Pero me emociona recordarlo como un hombre que dedicó los últimos años de su vida a escuchar a la gente y a bendecirla. Él confesaba, bendecía, bautizaba, llevaba la comunión a los enfermos. Aliviaba el dolor. Me emociona profundamente”, reflexiona.
Y por eso cada Jueves Santo, cuando la Iglesia conmemora la institución de la Eucaristía, Mercedes revive el legado de su padre. “Es el día del pan partido y compartido. El día de la comunidad. Ese pan que le falta a tanta gente bonita, a tanta gente humilde. Ese pan por el que lucha muchísima gente. El Jueves Santo es el día del amor compartido”.
El viernes, la muerte, pero también la resurrección
“El Viernes Santo para mí es el día más solemne”, confiesa. Y no se refiere solamente al ritual religioso. “Es el día de pensar en la muerte como parte de la vida. Como transformación. En estos días murieron familiares mayores, personas muy queridas. Y pensaba: en cada muerte hay una resurrección. Algo nos queda. Una energía, un amor, un recuerdo, un gesto”.
Lo dice y se detiene. Y después sigue: “Algunos teólogos dicen que Jesús, al exhalar su último aliento, ya está resucitando. Ya está entregando su espíritu, su energía. Y eso me parece hermosísimo. Porque la muerte nos conecta con nuestra fragilidad, nos hace mortales, pero también nos vuelve al todo. Al universo. A los otros. A la comunidad”.
Una fe sin templos, pero con raíces firmes
Para Mercedes, la fe no necesita de ritos grandilocuentes. Se construye —y se sostiene— en lo cotidiano.
“La fe es abrir los ojos y darse cuenta de que todo a nuestro alrededor nos habla. El amor de la gente que nos quiere, la naturaleza, las comunidades, los abrazos, las manos que se estrechan. Todo eso forma parte de una fe profunda”.
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Junto a algunas de las mujeres que trabajan en la ONG que fundó luego de dejar los hábitos. Muchas de ellas, con un presente difícil.
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Y agrega una de esas frases tan típicas de ella: “Solos no podemos. Siempre en comunidad, en ronda, reconociendo al otro, es como nos vamos construyendo como personas”.
El sábado y el domingo, el reencuentro
El final de la Semana Santa tiene, para ella, un sabor familiar. “Son días para encontrarse con los seres queridos. Pasear, compartir, reírse. ¡Cuánta necesidad tenemos ahora de familia!”, dice. Y lo dice como quien sabe que la espiritualidad también se construye en una mesa compartida, en un mate al sol, en una charla sin apuro.
Mercedes eligió otro camino. Uno sin hábito, sin convento, sin estructura. Pero con Dios. Con comunidad. Con fe. Y con esa certeza profunda de que la espiritualidad no se pierde por cambiar de forma. Al contrario. A veces, cuando se corre el velo, aparece lo más genuino: el amor verdadero, el pan compartido, el abrazo fraterno.
En esta Semana Santa, recuerda que hay muchas maneras de creer. Y todas son válidas si invitan a mirar al otro con ternura, a acompañar, a compartir, a sanar.