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"Nuestra vida es diferente. Agradezco que mi madre haya pasado aquí sus últimos días", dijo Fabiana a Diario UNO.
Fabiana y Alfredo se conocieron en Mendoza a los 18. Dos años después se casaron. Luego de una vida en esa provincia y de recorrer durante el verano algunas ciudades de la costa, Monte apareció como una oportunidad para instalarse.
De hecho, se trata de una de las localidades de la costa atlántica más visitadas por los cuyanos.
“Conocimos Monte Hermoso gracias a mi cuñada, que tiene su casa de veraneo. Nos invitó y nos enamoramos del lugar. Un día mi esposo me habló de criar a nuestros chicos en esta playa, pero era una idea lejana”, resume.
La pasión por el mar y los areneros
Alfredo, que es mecánico, siempre se dedicó a los autos deportivos y de carrera. Inconscientemente, cada año y con sus chicos adolescentes “pispeaba” algo para hacer en el balneario, donde abundan los areneros, una de sus pasiones.
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Alfredo despliega su pasión por los areneros.
“Es un lugar tranquilo que nos daba paz y, además, nuestros hijos empezaron a tener nuevos amigos cada verano. Un día, a través de un vecino, comenzaron las conexiones para establecernos laboralmente”, repasa.
La posibilidad, finalmente, un día se concretó.
“Mi esposo es independiente y vio que tenía oportunidades y puertas abiertas para su actividad. Aquí hay mucha gente que tiene sus areneros y otros tantos que hacen carreras o picadas”, evoca. La familia se instaló en la calle Luzuriaga.
El mayor de sus hijos, que a su vez ya tenía un bebé, les siguió los pasos y, más tarde, nacieron dos nietas más. “Bien montehermoseñas”, aclara Fabiana.
Victoria también llegó al pueblo con su hijo pequeño. “Solo queda Matías junto a su esposa, que pronto, si Dios quiere, también se instalarán”, dice.
Fuera de la temporada alta, cuando Monte “explota”, la vida es tranquila, apacible y llena de actividades.
“Las escuelas de los chicos son espectaculares, todas estatales y de excelente nivel. Nuestra casa no tiene llave, hay seguridad y tranquilidad. Claro que en verano viene mucha gente, pero la vida es distinta”, compara.
Un balneario tranquilo y solidario
“Todos nos conocemos y es un pueblo solidario. Las autoridades son muy accesibles y siempre nos dan una mano. El hospital es fantástico”, explica Fabiana, para agregar que con el tiempo lograron adquirir su propio terreno.
“Somos felices. Mi mamá, que vino a instalarse con nosotros, falleció hace poco y valoro que sus últimos años hayan transcurrido acá, junto a sus nietos y bisnietos. Pudo ver cómo mis hijos formaban sus familias y construían sus casas. Nosotros sentimos que vivimos en un paraíso”, define.