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Cynthia Rimsky, la escritora clara y confusa: "Tratar de ordenar la vida en una línea con causa y efecto no funciona"

Cynthia Rimsky es chilena y está radicada en Argentina. Obtuvo el prestigioso Premio Herralde de Novela por una historia de amor pueblerino entre un plomero y una artista de poca monta

A Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) le gusta, como a la antiheroína de su novela Clara y confusa, moverse por los senderos equívocos y poco convencionales de la vida.

Por ejemplo: detesta peinarse. Cuando va al peluquero, lo conmina: ¡córteme lo más desordenado posible!

Pasa algo similar con sus libros. No resultan fáciles de entender a primera vista. Pero terminan siendo muy divertidos por la cantidad de pistas que le proponen, paso a paso, al lector de manera arbitraria.

Más divertida aun resultó esta charla en busca de entender las claves que iluminen porqué, la historia de un amor pueblerino -muy pueblerino- entre un plomero y una artista de poca monta, ganó el Premio Herralde de Novela, uno de los más prestigiosos en lengua española.

Llegó un momento en que no paramos de reír, de buena gana, en cada recodo del camino. Como comprobarán a continuación.

Cynthia es trasandina, pero cruzó la cordillera para instalarse en Azcuénaga, una localidad de la provincia de Buenos Aires, huyendo de las imposiciones de la gran ciudad.

Tanto se empeña en cultivar un estilo claro y confuso, que dice expresarse aquí en “argenchileno”. Un lenguaje que no es del todo chileno. Ni argentino. O quién sabe.

Por estos caminos idiomático se desarrolló el siguiente diálogo para el programa La Conversación de Radio Nihuil.

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Cynthia Rimsky, escritora chilena.

Cynthia Rimsky, escritora chilena.

-Hola, Cynthia. Hay un fenómeno que se acentúa. Casi todos los escritores que hemos entrevistado en este tiempo viven fuera de sus países respectivos: Ariana Harwitz, Edgardo Scott, Santiago Roncagliolo, Laura Alcoba, Margarita García Robayo, Miguel Rivas... Vos también. ¿Qué está pasando?

-(Ríe) No me había dado cuenta, fíjate. Y no sé, no sé... Parece que es como que uno necesita alejarse para poder escribir, tomar distancia.

-¿Y a vos qué te ofrece escribir desde Azcuénaga, donde vivís ahora? ¿Qué te cambia respecto de lo que hacías en Chile?

-Me dio más libertad. Algo me cambió. Empecé a escribir con humor, con una ironía más fuerte.

-Algo que ya era parte de tu literatura.

-Ya venía con cierta ironía, sí, pero, bueno, ustedes están cerca de Chile. Chile es un país bastante más conservador en sus costumbres, ¿no? Aquí, en Argentina, hay un ambiente en un sentido más liberal. O había. O están tratando de que no haya. Pero hay, todavía.

-En cuanto a tu derrotero binacional, cuando te dieron el acreditado premio Herralde, los argentinos lo celebraron como si fueras una escritora local. Pero también en Chile lo festejaron como un premio ganado para el país, ¿no?

-Sí, sí. Lo que pasa es que, como Chile es un país que está tan aislado, cuando se gana al fútbol o alguien gana un premio como este, es una cosa de orgullo nacional. Es bien curioso la forma de celebrar. En Argentina están más acostumbrados, están más integrados al mundo.

-Hay otro aspecto a considerar. Quizá pase en Colombia con García Márquez o en Perú con Vargas Llosa, pero en Chile uno encuentra una devoción muy explícita por sus escritores, algo que no existe en la Argentina. En La Serena o en Coquimbo, los hitos de Gabriela Mistral se muestran como lugares de peregrinación. Algo similar ocurre con Neruda en Isla Negra, Valparaíso o Santiago.

-Porque en Argentina hay muchos más. Digamos, hay muchos más escritores y escritoras que han ganado premios, que han sido muy conocidos. En cambio, en Chile, a la Gabriela Mistral le dieron el Premio Nacional después de que ganara el Nobel. Tardan mucho en reconocer. Y cuando ya los logran reconocer, ahí viene el fervor. Además, son dos Nobel los que tú mencionaste.

-Es cierto, tienen otra chapa.

-Pero, por ejemplo, en Chile tenemos a Jorge Teillier, a Huidobro. Y todas sus casas están derrumbándose.

-¿Cómo está el legado de Nicanor Parra?

-Está bien cuidado. Están sacando cositas, están sacando estudios. A Nicanor lo respetan bastante. A la que costó más que respetaran fue a la Violeta Parra.

-Cambiando de tema, vos tenés ascendencia judía. Da la impresión de que no le prestás mucha atención a esto. ¿Es solamente indiferencia o es que te pesa la cuestión judía hoy?

-Hoy es una vergüenza, básicamente. Dan ganas de ocultarlo. Pero, bueno, no todos los judíos somos israelitas, ni sionistas ni estamos con la invasión de Palestina.

-¿Qué te molesta, por ejemplo, de esto último?

-El otro día estuve mirando el documental No Other Land que cuenta cómo los israelíes van desarmando los asentamientos de Cisjordania. Se me revolvía la guata.

-Coincidentemente, el sábado anterior a esta entrevista, charlamos con Abrasha Rotenberg, un hombre muy vital que está a punto de cumplir 99 años. Al igual que tu familia, proviene de un pueblo ucraniano. Tanto eso como sus raíces judías lo marcaron bastante, al contrario de tu caso.

-Fue todo un proceso. Lo que pasa es que en Chile el judaísmo es muy conservador y muy apegado a las tradiciones. Era muy difícil crecer en ese medio. Entonces, una de mis grandes rebeldías fue contra el judaísmo durante mucho tiempo.

-¿Cómo era la cosa para vos?

-Me obligaban a juntarme solo con judíos, por ejemplo, o solo ir al Estadio Israelita; esas cosas que, para alguien que quiere tener más libertad, me jodían mucho. Y ahí escribí dos libros. Uno es Poste restante, donde viajo a Ucrania a ver si queda algo del pueblito donde nació mi abuelo. Y después escribí Los Perplejos, sobre Maimónides.

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La tapa de

La tapa de "Poste Restante", de Cinthia.

-¿Con qué resultados personales?

-Como que ahí hice las paces, como que encontré el lugar que me interesaba dentro del judaísmo.

-¿Qué tipo de lugar?

-Un lugar más intelectual, que tiene que ver con la palabra, con una tradición de la escritura, de la interpretación, de la hermenéutica. O sea, más por ese lado y no por ese otro lleno de mandatos.

-Pasando a tu libro Clara y confusa, de movida vale decir que es un libro que sorprende. Es bastante sarpado, ¿no?

-(Ríe) ¿Sarpado en qué sentido?

-Es bastante loco en cuanto a argumento y personajes. No tenés una conclusión cerrada de la historia. Vos misma lo has reconocido: hay lectores que no terminar de entenderlo. Todo el mundo está confundido en tu relato, incluyendo la Clara del título. Etcétera.

-(Ríe) Y es un poco así la vida, ¿o no? Tratar de ordenar la vida en una línea de tiempo y con causa y efecto y consecuencia, no funciona.

-¿Cómo fue tu manera inicial de abordar esta confusión general?

-Uno le pide a la vida lo mismo que a los relatos que se pasan en la televisión. Como que uno confía en esos relatos porque pasan cosas y tú entiendes todo. Pero después vuelves a tu vida y vuelves a no entender nada o porqué te pasan las cosas. O sea, de hecho, Argentina no se entiende ya desde el principio.

-Dentro de ese ambiente general, tu libro tiene algo muy bueno, que es la ironía. Sos punzante en algunos momentos y, en otros, armás situaciones absurdas. Como si las hubiera escrito el Alfred Jarry de Ubú rey.

-Sí, me interesa ese registro. O sea, uno escribe como lee. Y yo, cuando leo, espero encontrar otras cosas, no la realidad que vivo todos los días ni la forma en que se dan las cosas como las vivo todos los días.

-¿Qué esperás, pues?

-Espero que un libro me muestre otras maneras de pensar y de mirar. Y creo que escribo un poco así también. Es como salirte.

-Tenés talento para tomarte en solfa algunas cosas. Por ejemplo, la persona que relata tu historia no es un intelectual sino un plomero, un tipo que, encima ni siquiera estudió el oficio. En un momento, él dice: "Mi teoría es que la vulgarización del trabajo plomeril le quitó al oficio la épica". ¡Es muy singular, de tu parte, exaltar la épica de la plomería!

-(Ríe) Claro, pero si tú te fijas, por ejemplo, en Chile existe una cosa que se llama el alambrito. Llega un plomero y cualquier problema que tú tienes lo soluciona con un alambrito. ¡Para mí eso es una épica! Llega a convertirse en una tradición del alambrito, ¿no? (risas). Entonces, es como ver en lo pequeño, ir viéndolo, como cambiándole el lenguaje. Digamos, haciendo eso pequeño y dándole un valor, se convierte al tiro en otra cosa.

-Dijiste "al tiro". Pero no ponés chilenismos en tu relato. Es curioso, porque has manifestado que querés hacer un lenguaje "argenchileno". Y ni siquiera usás una palabra como "guatón".

-Pero, por ejemplo, están los apodos. Poner apodos es totalmente chileno. Acá no existe eso como costumbre.

-No habíamos advertido esa diferencia.

-Allá tú entras a un trabajo y te ponen un apodo al tiro. Es lo primero que hacen.

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Rimsky dice que habla en

Rimsky dice que habla en "argenchileno".

-Otra curiosidad es que escribís una historia que tiene relación con Chile, pero está ambientada en Argentina. Y cuando se expresan tanto el plomero como otra gente de laburo, los hacés hablar de tú. No usan el voseo. Hay un híbrido ahí.

-Claro, porque soy chilena.

-Pero los personajes no.

-Ojo, esa es una interpretación tuya. Yo nunca digo que sucede en Argentina la novela. Ahí está la trampa.

-Ok, pero en un momento hay quien canta a Gardel, por ejemplo.

-Y bueno, en Chile también tocan a Gardel (ríe).

-Pero hablás de Tierra del Fuego, del Martín Fierro, de Tanguito, etcétera.

-Sí, yo puedo hablar de campera, puedo decir remolacha en vez de beterraga. Pero con el vos no puedo.

-No te sale.

-No. No me sale eso ni tomar mate. Todo lo demás sí (risas). Esas dos cosas, no puedo. Llegué tarde.

-Por otra parte, a tu personaje lo llamás plomero, en argentino, no gásfiter.

-No pongo gásfiter, es cierto. Fontanero se dice en España. Qué curiosa esa palabra con tantas acepciones.

-Por eso mismo, tus juegos con el lenguaje son un ingrediente importante.

-Una de las primeras sorpresas, para mí, cuando llegué a vivir a la Argentina, fue que dije: bueno, hay costumbres distintas, pero por lo menos voy a hablar español. Y acá no se habla el mismo español que en Chile.

-¿Cuánto te costó acriollarte?

-Yo voy a la verdulería y tengo que estar todo el tiempo con los dos hemisferios para ver qué pido, porque, si no, no me entienden.

-Eso te pasa por no haber elegido Mendoza para vivir. A nosotros, los mendocinos, cuando vamos a Buenos Aires nos preguntan si somos chilenos.

-Y a mí me preguntan si soy mendocina.

-¿Viste?

-Pero yo a ti te encuentro tono argentino.

-Y viceversa. Entre nosotros, como buenos vecinos, nos reconocemos. Es algo que nos suena natural.

-Claro. Yo, el primer viaje que hice fuera de Chile fue a Mendoza, obvio. A comer chocolate en rama y a mirar con deseo las camperas de cuero.

-Volvamos al tema de los apodos porque tu protagonista masculino se termina juntando con otros colegas en un sindicato llamado Asociación Gremial de Plomeros. Son muy originales los sobrenombres que les pusiste a los muchachos. ¿Cómo los elegiste?

-(Ríe) Me divertí haciéndolo. Al que revisa sanitarios le puse Roca, por los sanitarios de esa marca. Al Abrigao, porque le alegan siempre que el aire acondicionado no funciona (ríe).

-¿Te pasó algo al respecto?

-Es que vino un instalador acá, a mi casa, a ponerme el aire acondicionado y no funciona. Fue una venganza contra el instalador.

-¡Qué cruel de tu parte!

-Respecto de Finoli, me acordaba de esos obreros que usan el pañuelito alrededor del cuello, que se visten tan bien, ¿no? Y Del Caño me da risa porque, bueno, es el que cambia los caños. Pero también, como está este diputado socialista, me parecía divertido. Y tenemos al Huérfano, porque se le muere la mamá y está siempre llorando.

-Fijate qué coincidencia. Del Caño llegó al Congreso representando a Mendoza.

-¿En serio? ¡Qué curioso!

-Por otra parte, tu personaje empieza a hacerse plomero como tal cuando lo mandan a encontrar una pérdida de agua en una casa. Ahí aparece como una especie de poética de las paredes que lloran. Y el tipo, para encontrar la falla, usa un estetoscopio. ¿Eso es real o te lo inventaste?

-Es real que tuve una filtración en la casa, que no se veía el agua y que el constructor me decía que estaba loca.

-¿Así nomás te lo largó?

-Me empezó a tratar de loca y después de mucho tiempo descubrió qué había pasado. Y lo otro es que tuve termitas en mi taller, donde escribo. Entonces, uno de los locos a los que consulté me dijo que me comprara un estetoscopio para escucharlas, para saber dónde estaban.

-¿Y qué hiciste?

-¡Yo me compré el estetoscopio! (ríe).

-¿En serio!

-Sí, claro. Yo pensé que iba a costar una fortuna y no. Vas a la farmacia, pides un estetoscopio y empiezas a escuchar las paredes.

-¿Cómo es escuchar las paredes?

-Es curioso porque yo, de verdad, pensé que iba a escuchar silencio y, cuando más, a las termitas.

-¿Y? ¿Qué escuchaste?

-Escuchas todos los ruidos de las conversaciones de los vecinos.

-No te puedo creer. O sea, ¿ponés el estetoscopio en la pared de tu vecino y lo escuchás hablar?

-En la pared de tu casa, no en la del vecino. Yo lo ponía acá y hay una separación de varios metros. Escuchas a los vecinos, escuchas los ruidos, los pajaritos, escuchas todo. Es increíble.

-No dejás de sorprendernos.

-Yo creo que esta novela, más que tratarse sobre algo, encontró una manera de contar haciendo entrar todo lo que me pasaba en la vida cotidiana. Pero haciéndolo entrar de otra manera.

-¿Por qué de otra manera? ¿Cómo?

-Porque los Porsches, por ejemplo, también existen en el pueblo. Hay un restaurante francés muy fifí, muy pipí-cucú y de repente llega, se reúne gente que tiene Porsche. Fue la primera vez que me fijé en un Porsche.

-Bueno, el Porsche negro de tu relato de alguna manera se transforma, casi que tiene vida propia. Es otro de los personajes de la novela.

-(Ríe) Sí, sí. Investigué cómo era estar en un Porsche. Sólo me faltó andar en uno.

-Ah, nunca lo manejaste.

-No, no tengo ese nivel económico (risas). Soy una escritora nomás. Los escritores andamos en dos pies.

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Tiene mucho sentido del humor Cynthia.

Tiene mucho sentido del humor Cynthia.

-En definitiva, has hecho un rastreo muy minucioso del entorno.

-Se me fueron ocurriendo ideas, porque uno nunca piensa esas situaciones. Tú haces entrar a los plomeros a tu casa o a otros operarios. Y nunca piensas qué piensan ellos de ti. Ellos se meten a tu baño, a tu cocina, se meten a la intimidad más íntima. Y uno nunca piensa qué ven. Entonces era como dar vuelta la tortilla.

-Es cierto. El plomero, el electricista y hasta el jardinero, ven tu casa desde otro ángulo.

-Exactamente. Y como que uno no los escucha. A mí lo que me pasó es que empecé a escucharlos cuando venían a arreglar o a desarreglar cosas.

-¿Y qué encontraste?

-Que tienen una poética. Como en cualquier oficio, se va construyendo una poética si tú llevas mucho tiempo haciéndolo.

-Los secretos, el alma del oficio.

-Vas conociendo el clavo. El clavo se vuelve íntimo contigo, ¿te das cuenta? Y eso va generando una relación con el lenguaje y con el objeto.

-Es muy bueno lo que estás diciendo. Ahora bien, ¿por qué elegiste al plomero para tu historia? Podría haber sido un electricista, un peluquero, un cocinero.

-Porque tuve varias experiencias con plomeros.

-¿Qué tipo de experiencias?

-Me compré un terreno acá que tenía una casita muy vieja. Entonces tuvo que venir un montón de gente a arreglar. Y me gustó la palabra plomero. También me gustó el oficio, esto de trabajar con lo que no se ve en una casa.

-Como sucede, tal cual, en tu libro.

-Es toda la idea de la filtración, de que las casas se filtran, porque acá, en la Pampa Húmeda, se filtra mucho el agua. Entonces me gustó eso, que en la casa tú no vieras, pero que por debajo corrieran cosas, ¿no? Que corriera agua y que a veces asomara.

-Cosas que están y que no están...

-Me parece que es como que uno vive creyendo que domina todo y resulta que detrás de una pared hay cosas que pasan que tú no ves. Y que esa persona trabajara en eso.

-¿Cómo se te ocurrió, además, que el plomero, un tipo muy llano, muy simple, se enamorara de un artista plástica? Es cierto que se trata de una artista singular: no vende ni una obra, nadie va a ver sus muestras; es un desastre, incluso en su vida privada.

-Porque me puse a pensar en los prejuicios, como que un plomero no sabe nada de arte, pero, además, no le gusta el arte. ¿Y qué pasa si no es así? ¿Si hay un plomero que es sensible al arte, por ejemplo, que le gusta el arte, que le gusta la pintura? ¡Y le emociona eso!

-¿Cómo es esa emoción?

-Es alguien que se emociona con el arte, pero no a través del conocimiento, sino a través de una sensibilidad. Ve un paisaje, de repente ve una actitud y empieza a descubrir cosas en una pintura. Pero se encuentra con una artista que es, justamente, de vanguardia, que no tiene nada que ver con eso.

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"Yno no me peino", admite la escritora.

-Queda tocado. Es un flash.

-El tipo se abre a entender eso. Es lo que me interesaba. Porque no solamente se abre, sino que se emociona y se enamora.

-Encima esa artista es una loser, una perdedora. No tiene ni una pizca famosa, por lo que no hay nada de cholulo en él.

-¿Y a ti no te atraería una mujer que hace eso? ¿O salís corriendo? (ríe).

-Depende, porque cuando la describís físicamente tampoco le das algún atractivo a Clara. Tiene los pelos desordenados, usa ropa antigua, es desgarbada, su marido se fue con una más joven...

-Pero... no sé... Yo encontré que sí, que él queda conmocionado por algo tan particular como la soledad de ella. Hay cosas que conmueven a la gente. Porque después, cuando ella no puede llegar a su casa, él se hace cargo y la protege. Digamos, alguien que es tan desprotegido, de repente puede proteger a alguien.

-Sí, se entiende el proceso.

-Tuve la sensación de lo que iba ocurriendo, de que cuando dos personas se abren, aunque sean muy distintas, en esa apertura empiezan a pasar cosas. Esto no tiene que ver con los gustos similares, ni con los barrios donde viven, sino con eso, con la apertura; porque él es un tipo que se abre a ella. Y ella, en ese momento, también. Creo que eso tiene que ver con el amor.

-Leo una de las tantas descripciones que hacés de ella: "Clara, su delgadez, la ropa de cama de algodón gastada en sus sueños, el pelo largo enredado por la mañana, la obra inconclusa"... Te da cierta compasión el personaje.

-Ah, bueno. A mí me encantan las personas que no se peinan. Yo no me peino, por ejemplo.

-¿No?

-No, no. De chica me rebelé a peinarme y nunca más peiné (ríe). No tengo peineta. A mí quizá eso me parece atractivo, alguien con el pelo, en la mañana, desordenado, largo...

-¿Sos crenchuda?

-(Ríe) Sí, soy crenchuda, sí. De hecho, voy al peluquero y le digo: ¡córteme lo más desordenado posible!

-Pero, junto a las personas de carne y hueso, has convertido también en protagonistas de tu novela a cosas como el Porsche negro, los cubiertos que colecciona Clara, el gremio y su edificio monumental, el bar Platón, etcétera. Son todos hitos dentro de la trama.

-Sí, sí. Yo trabajo mucho con objetos. Me encanta trabajar con los objetos y ponerlos en otro lugar. Por ejemplo, esos edificios monumentales de los gremios están basados un poco en toda la arquitectura que hizo (Francisco) Salamone. Es increíble que en unos pueblitos pequeños de repente encontráis un matadero de cientos de metros.

-Como ocurre, justamente, en tu novela.

-Toda esa cosa monumental que tiene la Argentina, medio en ruinas, expresa como una utopía, ¿no? Está medio en ruinas, pero no termina de caer. Eso me interesa. O tienes esos cafés en donde hay mesas reservadas en las que se juntan los taxistas o los que atienden los edificios, pero junto con los estudiantes. Esa cosa argentina es lo que más me atrae.

-Sí, son lugares que cobran vida propia.

-En cuanto al bar, hay un cantante chileno, Fernando Ubiergo, que ganó el Festival de Viña con la canción "Un café para Platón". Y un poco es en homenaje a eso. Voy cruzando cosas, como el serrucho telescópico, por ejemplo.

-¿De dónde lo sacaste?

-Encontré una noticia en Alemania sobre un tipo que había salido a la calle con un serrucho telescópico y lo tomaron preso por andar con un arma. No sé, me van ocurriendo cosas y las voy trabajando.

-El atractivo adicional de esta charla es ir descubriendo las fuentes de tu ordenamiento bastante loco dentro de la novela. Ahora, perdón por el desconocimiento, pero ¿qué es un serrucho telescópico?

-Es un serrucho para hacer poda en altura. Como una hoz.

-Volviendo a la dificultosa obra de Clara, cobra gran importancia su colección de cubiertos. Ha ido juntando un montón de la familia del exmarido, otros son alemanes, dinamarqueses, argentinos, etcétera. Pero todo esto también tiene que ver con vos, porque tenés un mambo con los cubiertos, ¿no?

-Y sí. Además, tiene que ver con estas familias que vienen de Europa. Siempre hay pedazos de todo, provenientes de distintas partes. Y con mi mamá, que siempre me dijo que había un baúl que me iba a dejar de herencia, por si en algún momento yo necesitaba dinero.

-¿Un baúl con qué contenido?

-En ese baúl, aparentemente, había un juego completo de cubiertos Christofle, que se suponía que eran muy caros. Y yo los traje acá a Argentina cuando tuve que desarmar su departamento. Pagué sobreprecio, los tuve que embalar, fue un desastre.

-¿Y qué pasó? ¿Qué encontraste?

-Como estaban todos sucios, los voy a limpiar. Y no eran Christofle sino de una marca yanqui que no vale nada, que vale menos que lo que pagué (risas).

-Entonces se los endilgaste a Clara.

-Como a Clara, hasta cierto momento, la había mostrado como artista, pero no había obra, decidí sumarle esto.

-¿Y por qué cubiertos?

-Porque es una artista que trabaja con objetos muy cotidianos, muy de la casa.

-Nos han llegado muchos mensajes de oyentes, Cynthia. Por ejemplo, este de Liliana: “Mi marido es gasista y plomero, mal llamado así porque ya no hay caños de plomo; y hace años que usa un estetoscopio para encontrar pérdidas de agua, especialmente en edificios".

-¡No! Increíble (ríe).

-Rosana te dice: "¡Qué buena entrevista! El plomero siempre es un personaje en la vida de las mujeres. No siempre hay romance. Todas tenemos miles de anécdotas al respecto".

-¡Qué bueno! (sigue riendo). ¿Viste, viste la importancia del plomero?

-Finalmente, vos reflexionás e irónizás sobre el arte popular y el arte mayor, entre otras cosas. Y sobre el final la encontrás a Walas, enemiga de Clara, con “su boca murmurando que el arte es un perro herido que no para de llorar”. Excelente definición del arte.

-Qué bueno que te gustó. Tiene una historia eso también.

-¿Cuál?

-Donde yo vivo acá, había unos vecinos que tenían un galgo que estaba amarrado. Lo amarraban con una cadena de medio metro. Y el perro estaba todo el tiempo llorando.

-¿Cómo te afectó la situación?

-Es cuando tratamos de hacer cosas y nunca lo logramos. Yo toda la novela la escribí con este galgo todo el día llorando, lo que me provocaba un problema ético muy fuerte. Además de hacer la novela en ese estado, ¿no?

-Una situación en extremo incómoda.

-Claro. Había un maltrato tan cerca y uno no puede hacer nada, tampoco la policía. Entonces, al final, desembocó en esa imagen sobre el arte.

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