Un poco de historia del pueblo fantasma de Buenos Aires
Quiñihual fue fundado en 1910 y su mayor protagonismo (y economía) la logró a través de la estación de trenes que se presentaba como una parada clave entre las ciudades de Puerto Belgrano y Rosario. El nombre es mapuche: quiñi significa "uno" o "único" y hual "roble". Y es el nombre justamente del cacique líder de una tribu que hasta enfrentó al Ejército Argentino en la denominada Conquista del Desierto.
Según recuerda NA, el pueblo de Quiñihual supo tener alrededor de 700 habitantes allá por los '70, pero a medida que los viajes empezaron a hacerse menos frecuentes la gente se empezó a ir en los '90.
Pero no todos dijeron adiós, ya que hubo un vecino que se quedó hasta hoy. Se llama Pedro Meier y es el dueño de un almacén de ramos generales que, curiosamente, abre todos los días.
El único habitante del pueblo Quiñihual de Buenos Aires
Meier es el "sobreviviente" del cierre del ramal que le daba la actividad ferroviaria al pueblo, que recibía, justo enfrente del almacen, 3 trenes de carga y 2 de pasajeros. Claro, con el cierre todo cambió para mal.
Por otra parte, asegura el único habitante de Quiñihual(llegó al pueblo a los 7 años) que “en aquellos años había muchos lanares y eso generaba mucha mano de obra. Coronel Pringles, a 30 kilómetros, era la capital de la lana".
Y añade: "También se movía mucho la hacienda. Los primeros años se cargaba la hacienda en el tren, ovejas y vacas. Después llegó el camión y de a poco se fue desarmando todo”, consigna además la agencia Noticias Argentinas.
Más de 30 años después, Meier elige vivir allí y abrir el almacén (herencia familiar) para los peones rurales y algunos turistas que, de paso, compran algún producto en el negocio que gracias a un generador eléctrico tiene el servicio, porque tampoco hay electricidad de red.
Meier, campeón del mundo en el pueblo junto a sus perros
Un dato más que llamativo es que la final del Mundial Qatar 2022 entre Argentina y Francia pudo verla gracias a ese generador. Festejó ser campeón del mundo con sus perros.
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“Como siempre fue algo normal para mí. Solo, en la cocina mirando el partido”, dijo en una entrevista con la web “Viajando por los pueblos de Buenos Aires”. Y agregó: "Lo gracioso fue que cuando gritaba los goles los perros ladraban sin entender qué pasaba. Terminó el partido, salí a la calle y todo seguía igual, algún baqueano cada una hora pasaba".
El almacén de Meier se ha convertido en un lugar prácticamente de culto en la zona para los visitantes que, antes de llegar, ya saben con qué y con quién se van a encontrar para conversar, comer y tomar algo con el recuerdo vivo del último tren que pasó por allí en 1995.