El fin del ciclo lectivo es siempre un desafío maratónico para cualquier padre o madre: exámenes, tareas pendientes, preparativos para los actos de fin de año y la logística para cumplir con todos los compromisos.
El fin del ciclo lectivo es siempre un desafío maratónico para cualquier padre o madre: exámenes, tareas pendientes, preparativos para los actos de fin de año y la logística para cumplir con todos los compromisos.
Sin embargo, para Magdalena Irañeta y Francisco Bär, que viven en Luján de Cuyo, la situación es un reto aún mayor. Son padres de nada menos que ¡10 hijos!: Bautista (17), Amparo (15), Juan Pablo (13), Catalina (11), José (9), Ignacio (7), Guadalupe (5), Manuel (4), Bosco (2) y Fermín (1). Cada fin de año representa una verdadera “corrida”, aunque siempre logran salir airosos, con mil anécdotas para recordar.
Este año, ante el cierre de las clases, Fran y Magdalena decidieron compartir con Diario UNO cómo viven este intenso proceso. Relatan cómo logran navegar esta maratón familiar, donde la organización es clave para sobrevivir, y el bolsillo, por supuesto, aprieta más que nunca. Pero también hay algo que ambos coinciden: las vacaciones representan una oportunidad invaluable: el tiempo para el encuentro familiar, algo que el ajetreo del año no permite.
“Las vacaciones traen consigo una oportunidad que no podemos dejar pasar. No se trata solo de un respiro, sino de aprovechar el tiempo juntos. Y aunque sabemos que el ritmo cotidiano nunca se detiene, lo que realmente queda son esos momentos compartidos”, reflexiona Magdalena.
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Quizá por eso, en su mente se está gestando una idea que pronto se convertirá en un hecho: transformar el miedo y la amenaza que implica romper con la rutina diaria en una oportunidad de encuentro. Y asegura que lo que más recordarán sus hijos no serán los grandes viajes, sino las cosas simples.
“La vida en familia es maravillosa. Las actividades más simples son las que enriquecen nuestro día a día, como los juegos de mesa, las caminatas al aire libre, mirar las estrellas o disfrutar de una pileta de lona en el patio de casa", señala.
“Más allá de si podemos o no salir de vacaciones, los recuerdos los hacen las personas, no los lugares”, reflexiona con una sonrisa.
–Magdalena ¿Cómo es hoy el panorama en tu hogar numeroso?
–Intenso. Los chicos del secundario con los exámenes finales; los del primario, con las integradoras y el estrés que eso genera; y sumando a todo esto, la búsqueda de disfraces para los chicos del jardín para el acto de fin de año. Intento no perder la paciencia, pero a veces se escapa, y entonces nos pedimos perdón y seguimos adelante. Este año, además, tenemos varios eventos importantes: Amparo se confirma en la iglesia y celebra sus 15 años, y tres días después, José recibe su Primera Comunión. Todo esto en una semana. Los bolsillos están flacos, pero la familia colabora. Por todo esto, insisto en que las vacaciones son una oportunidad.
–¿Cuándo pudiste entender esto?
–El quiebre fue una tarde en la que miraba a mis hijos desde un patio lleno de baldosas, pero que estaba completamente ocupado por una pileta de lona. Los observaba sentada y me amargaba al no poder ofrecerles vacaciones en otro lugar. Sin embargo, ellos se reían, se salpicaban y la pasaban genial. Ahí entendí que no se necesita mucho para ser feliz, que no pasa por tener o comprar cosas. Los recuerdos los hacen las vivencias, la familia, los hermanos, y aprender a disfrutar de lo simple. Yo, por ejemplo, siempre recordaré los momentos con mi abuelo en un puente, donde íbamos a pescar, y también los campings con mis primos. Lo que importa no es el lugar, sino el momento.
–¿Cómo es la organización familiar con 10 hijos?
–Llegar a horario al colegio es una odisea. Este año, el desafío fue que cada uno tendiera su cama. Y seguiré insistiendo con eso ahora que llegan las vacaciones. Aprovecharé para que los más chicos empiecen a bañarse solos, a atarse los cordones y que los más grandes colaboren más con las tareas de la casa, además de ayudar a preparar la comida. Porque nosotros, los padres, seguimos trabajando.
–¿A propósito, dónde trabajan y cómo enfrentan el desafío económico de tener una familia numerosa en estos tiempos?
–Los dos trabajamos en una empresa familiar que asesora en materia de riesgo logístico. Fran es comercial y yo soy administrativa. Es un trabajo flexible que nos permite compatibilizar la vida laboral y la familiar. Lo económico es, sin duda, uno de los mayores desafíos. Como en todas las familias, el reto está en equilibrar el trabajo y ganar lo suficiente sin sacrificar la presencia en la vida cotidiana de los niños. Afortunadamente, tenemos un trabajo que nos permite cubrir lo necesario y encontrar tiempo para estar en casa. Vivimos en una cultura donde muchas veces nos creamos necesidades que no son tales, y caemos en la trampa de pensar que la felicidad pasa por tener cosas materiales.
–¿Siempre pensaron en una familia numerosa?
–El plan desde el principio fue tener una familia muy numerosa. Para nosotros, la familia es la mejor "empresa" que podemos formar, el canal ideal para canalizar nuestras energías, nuestra felicidad y una forma de hacer este mundo más humano y pacífico. Curiosamente, cuando nos casamos ya habíamos comprado una heladera grande, vajilla para 24 personas y un lavarropas enorme… ¡y aún no teníamos hijos! Siempre nos preparamos para tener una familia grande en el futuro, desde que estábamos de novios. Y hoy estamos convencidos de que la familia tiene un potencial increíble para hacer más feliz este mundo.
–¿Existía un número planificado?
–Nunca nos pusimos un número de hijos. Nos gusta ir uno a uno. Cada hijo es el resultado de un amor libre y entregado. Si somos felices con tres hijos, ¿por qué no recibir un cuarto? Y así sucesivamente. La "fábrica" no está cerrada porque no somos una fábrica, somos una familia, y para nosotros las puertas de la familia nunca se cierran.
–¿Qué sentís frente a cada embarazo?
–Es cierto que la llegada de un hijo siempre genera miedo e incertidumbre. Viene a "patear" el tablero. Pero qué lindo es complicarnos la vida por amor. Cada hijo es un regalo inmerecido, y nunca lo vemos como una carga. Lejos de eso, cada hijo es un impulso vital que hace este mundo más alegre. Y sabemos que el amor entre nosotros, como matrimonio, es lo que más debemos cuidar. De ahí, ese amor se derrama naturalmente hacia nuestros hijos.
–¿Cómo suelen ser las vacaciones con tanto equipo?
–Las pasamos en casa. No van a escuela de verano porque ya se han armado su propia escuela entre ellos. (Ríe). La idea es descansar y que se diviertan mucho juntos, con las puertas siempre abiertas a amigos y primos. De todos modos, si Dios quiere, nos iremos unos días a la playa al lugar donde siempre he veraneado desde pequeña. Nos gusta mantener los recuerdos de los abuelos, revivir vivencias de niños y transmitir esas experiencias a nuestros hijos.
–¿Tienen lugar en el auto?
–Sí, tenemos un auto para 12 personas, pero la pelea de siempre es que nadie quiere sentarse en los asientos del fondo. Así que el que viaja atrás elige la playlist de Spotify y se convierte en el DJ del auto. Ahora todos pelean por ir atrás.
–¿Cómo se organiza la casa, el baño, los dormitorios?
–Hemos alquilado varias veces y nos hemos mudado ocho veces. Me encanta decorar y hacer de cada casa un hogar. A pesar de los pocos recursos, siempre buscamos alternativas, y gracias a tutoriales en Internet, hemos tapizado muebles, restaurado objetos, y nos adaptamos a lo que tenemos. Cada vez que llega un nuevo hermano, la casa se reorganiza, y eso siempre trae su propio toque de diversión. También están dispuestos a recibir la ropa heredada, lo que nos ayuda a hacer todo más accesible.
–¿Olvidaron a algún hijo alguna vez, como en la película “Mi pobre angelito”?
–(Ríe) Sí, una Navidad olvidamos al bebé que dormía en la cuna. Se había cortado la luz y salimos corriendo para cenar con la abuela. Mientras íbamos en el auto, grité que había olvidado la bolsa de hielo. Regresamos a casa y seguimos sin el bebé, que seguía dormido en su cuna. Unos minutos después, grité: “¡El bebé!”
–¿Qué reflexión podés hacer en medio de tu hermoso caos?
–La familia constantemente nos interpela sobre nuestras prioridades, sobre a qué le dedicamos nuestro tiempo y energías, y en qué invertimos nuestros recursos. Por eso, nos gusta buscar momentos de soledad como pareja, para poder hablar de todas estas cosas y redirigir el rumbo cuando sea necesario. La clave es estar siempre dispuestos a mejorar y poner lo mejor de nosotros.