Jonathan tiene 35 años y nunca tuvo agua corriente en El Challao
En las calles de tierra de la villa Campo El Molino, el calor golpea sin clemencia. Este sábado al mediodía, un verdulero desafió al sol y esperó clientes en su camioneta. “Tres pimientos por 500 pesos”, le ofrece a Jonathan Parra.
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Romina lava los platos con agua reciclada en su casa de El Challao.
Foto: Gentileza
Jonathan tiene 35 años, es albañil y conoce este barrio como la palma de su mano. Nunca tuvo agua corriente y, aunque pasaron los años, sigue sin acostumbrarse. “Tengo cuatro hijos, perros y un gato. También una cisterna que me gustaría fotografiar para que vean la falta de higiene. Es agua sucia y muchas veces estancada porque la cuidamos”, advierte.
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"Solo espero que llegue el invierno", dice Jonathan Parra ante el sufrimiento por la falta de agua en su casa de El Challao.
Foto: Gentileza
Levanta la chapa oxidada que cubre la cisterna y el agua turbia queda a la vista. A pesar de todo, la valoran. Se salpican el rostro, las manos, el cuerpo sofocado por un calor que parece no dar tregua.
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La cisterna presenta agua turbia y estancada.
Foto: Gentileza
“Lavar los platos y bañarse es complicado. No podemos derrochar. Dos mil litros puede parecer mucho, pero es poco”, explica Jonathan, antes de soltar una reflexión sincera: “Si tengo que elegir, prefiero el invierno”.
Tachos, baldes y botellas con agua que se recicla
Jonathan y Romina tienen cuatro hijos: Alexis, Sol, Daira y Nahiara, de entre 3 y 17 años. Los chicos van y vienen, acostumbrados a jugar afuera, como si el calor extremo fuera parte de sus vidas. En su casa, en el corazón del barrio, tienen dos ventiladores. Son su salvación.
En el medio de la cocina a medio construir, hasta “Luna", la gata de la familia, busca un rincón donde el aire corra un poco mejor. Romina reparte la fruta que acaba de comprar. La lavó en un balde que usó antes para otras cosas. No hay opción.
El día avanza lento, denso. Como cada verano, en el barrio Campo El Molino, el agua es un espejismo.