Historias

El relato de una mujer que sobrevive al calor en una villa de El Challao con 40 grados y sin agua

El agua es un lujo impensado en el barrio Campo El Molino, donde unas 30 familias sobreviven sin servicios y en condiciones muy humildes

“¿Sabe lo que es no tener nada? Nosotros no tenemos nada en este barrio. Pero lo peor es no tener agua. Lo peor es no saber qué hacer con este día de tanto calor”, contó Gladys Flores quien vive en barrio Campo El Molino, también llamado San Expedito, en El Challao.

Es jubilada y no sabe con certeza cuántas son las familias que padecen lo mismo que ella en este rincón olvidado de Mendoza. Tampoco sabe que la temperatura mínima de este sábado alcanzó los 26.7°C, el valor histórico más alto para un día de febrero. Ella solo busca un alivio fugaz en un pañuelo mojado y descolorido que le rodea el cuello, mientras sus nietos corretean bajo un sol despiadado.

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"No tengo ventilador", dice Gladys, que tiene 66 años, quien sufre la falta de agua hace tiempo y más ahora con el calor extremo en Mendoza.

Gladys comparte su casa con su esposo, una de sus hijas y cuatro nietos. Todos amontonados en un habitáculo oscuro donde el aire apenas circula y donde un ventilador sería un lujo impensado. El agua que reparte el municipio es un bien preciado que almacena con cuidado en tachos, baldes y botellas. Pero nunca alcanza. “El verano siempre es terrible”, dice, resignada.

Jonathan tiene 35 años y nunca tuvo agua corriente en El Challao

En las calles de tierra de la villa Campo El Molino, el calor golpea sin clemencia. Este sábado al mediodía, un verdulero desafió al sol y esperó clientes en su camioneta. “Tres pimientos por 500 pesos”, le ofrece a Jonathan Parra.

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Romina lava los platos con agua reciclada en su casa de El Challao.

Romina lava los platos con agua reciclada en su casa de El Challao.

Jonathan tiene 35 años, es albañil y conoce este barrio como la palma de su mano. Nunca tuvo agua corriente y, aunque pasaron los años, sigue sin acostumbrarse. “Tengo cuatro hijos, perros y un gato. También una cisterna que me gustaría fotografiar para que vean la falta de higiene. Es agua sucia y muchas veces estancada porque la cuidamos”, advierte.

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"Solo espero que llegue el invierno", dice Jonathan Parra ante el sufrimiento por la falta de agua en su casa de El Challao.

Levanta la chapa oxidada que cubre la cisterna y el agua turbia queda a la vista. A pesar de todo, la valoran. Se salpican el rostro, las manos, el cuerpo sofocado por un calor que parece no dar tregua.

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La cisterna presenta agua turbia y estancada.

La cisterna presenta agua turbia y estancada.

“Lavar los platos y bañarse es complicado. No podemos derrochar. Dos mil litros puede parecer mucho, pero es poco”, explica Jonathan, antes de soltar una reflexión sincera: “Si tengo que elegir, prefiero el invierno”.

Tachos, baldes y botellas con agua que se recicla

Jonathan y Romina tienen cuatro hijos: Alexis, Sol, Daira y Nahiara, de entre 3 y 17 años. Los chicos van y vienen, acostumbrados a jugar afuera, como si el calor extremo fuera parte de sus vidas. En su casa, en el corazón del barrio, tienen dos ventiladores. Son su salvación.

En el medio de la cocina a medio construir, hasta “Luna", la gata de la familia, busca un rincón donde el aire corra un poco mejor. Romina reparte la fruta que acaba de comprar. La lavó en un balde que usó antes para otras cosas. No hay opción.

El día avanza lento, denso. Como cada verano, en el barrio Campo El Molino, el agua es un espejismo.

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