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Abrasha Rotenberg, próximo a cumplir 99 años: "Yo no me canso nunca de la belleza que te da el hecho de vivir"

Próximo a cumplir 99 años Abrasha Rotenberg se convirtió en escritor a los 75 años. Nació en Ucrania y vieve en Argentina. Su compañera Dina Roth, madre de Ariel y Cecilia, era mendocina

Abrasha Rotenberg (Teofipol, 1926), a los 98 años y próximo a cumplir los 99, es consciente de estar protagonizando una vida de leyenda.

Con el aura de haber nacido judío en un pueblito ucraniano bajo la órbita soviética de Stalin, hoy completa el arco existencial en Argentina, el país que adoptó como propio.

Ha conocido el hambre, el nazismo desde muy cerca, la discriminación, el hostigamiento de la Junta Militar tras fundar La Opinión (otra leyenda) junto a Jacobo Timerman, el largo exilio español y, finalmente, por ahora, el retorno a nuestra tierra.

Empresario, experto en temas económicos, se hizo formalmente escritor recién a los 75 años. Su libro más reciente, El moscovita desesperado, una colección de seis relatos singulares, motiva esta charla que conmovió al profuso colectivo de oyentes que lo siguieron, con el aliento contenido, durante el programa La Conversación de Radio Nihuil.

Un hilo de oro esencial terminó de hilvanar emotivamente nuestro encuentro: Dina Rot, la entrañable compañera de Abrasha durante setenta años, madre de Ariel Rot y Cecilia Roth, era mendocina.

El puente estaba tendido.

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Abrasha Rotenberg. Empresario y escritor.

Abrasha Rotenberg. Empresario y escritor.

-Hola, Abrasha. Con una vida tan llena de peripecias, alguien tiene que escribir tu biografía completa. Sería un libro extraordinario.

-Buenos días. En fin, ya hay un libro, pero lo escribió un tipo muy interesado en esa biografía: yo (risas).

-El más indicado, digamos.

-El libro se llama Última carta de Moscú. Lo escribí hace veintitantos años y después... nada, la vida fue complicada.

-¿Cuál ha sido la suerte de ese libro?

-En la Feria del Libro próxima va a ser presentado. Reeditado. Cuenta las historias que me tocaron vivir desde el pequeño pueblito de la Ucrania soviética, pasando por la Berlín nazi, Israel, España, Argentina. De Estados Unidos escribí poco. Bueno... no voy a hacer mi historia ahora.

-Pero siendo un libro de veintipico años atrás, ¿lo actualizaste para llegar hasta hoy?

-No hace falta.

-¿Por qué?

-Y bueno, hay libros que son clásicos (ríe). No, esto es una broma. Ese libro lo escribí yo y está bien.

-De acuerdo.

-Mirá, a mí me pasa algo absurdo. Cuando un libro sale editado, no lo leo nunca, nunca. Nunca leí un libro mío editado.

-¿Por qué te pasa eso?

-Porque estoy seguro de que me va a dar una rabia, una bronca... ¿Cómo escribiste esas idioteces! Mejor que no me entere.

-Perdón por la intromisión típica de los periodistas, pero si no actualizás tu historia te van a faltar cosas importantes, como lo que te pasó durante la pandemia. Y allí hay un hilo de oro que nos une, porque tu querida y extrañada esposa, Dina Rot, era mendocina.

-¡Pero claro! ¡Cómo no! Muchos amigos míos son mendocinos. En fin, la vida es complicada, ellos viven allí y no los veo. Entre esos amigos que quiero mucho hay una amiga, especialmente. Mendoza es, para mí, parte de mi familia y de la de Dina. Y los mendocinos y los chilenos estuvieron siempre muy presentes en nuestra vida, en la que fuimos pareja setenta años.

-¡Qué bárbaro!

-Fueron setenta años muy intensos, muy solidarios, muy discutidores de política, reconciliados muchas veces y amados siempre.

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Abrasha y su último libro. Foto de El Economista.

Abrasha y su último libro. Foto de El Economista.

-Llama la atención de que en El moscovita desesperado no les vaya tan bien a los personajes tuyos con sus respectivas parejas. Se pelean, tienen conflictos. Incluso, en el último relato, el psicoanalista que habla en primera persona vive penando por falta de amor. ¿Cómo hiciste vos para encontrar un rumbo que duró encendido setenta años, Abrasha? ¿Cuál es el secreto?

-Aprender a convivir es una de las tareas más difíciles. Tenés que ser tolerante, entender al otro, que el otro te entienda a ti y que lo que te diferencia sea dicho y hecho con dignidad. Que no te juegues la vida, porque las verdades siempre son relativas, están llenas de dudas.

-Sabias palabras. No creerse dueño de la verdad.

-Yo creo en la duda, no estoy convencido de que tengo razón. Y eso es la base de un matrimonio. No tenés la exclusividad de la verdad. El otro puede ser que la tenga en algo.

-¿Y qué otros ingredientes cuentan?

-Además, nos unió mucho el amor a la música, nuestros hijos; esos hijos que vivieron de acuerdo con lo que ellos eligieron. No es fácil que tu hija te diga: yo quiero ser actriz.

-¿Cómo fue la respuesta?

-Ah, bueno. No te preocupes. Hacelo. Y si no te va bien, no pasa nada. Te vas a dedicar a otra cosa. Pero si tenés ganas de probarlo, probalo.

-Eso fue con Cecilia. ¿Y con tu hijo?

-Lo mismo ocurrió con Ariel: yo quiero ser músico. Es lo único que me interesa. Bueno, si te interesa, jugátela. Porque no pasa nada. No pasa nada. Tenían 15 y 17 años.

-Veamos. Sos empresario, tenés formación económica y, de repente, quedaste inmerso en un mundo de artistas junto a Dina, Ariel y Cecilia. ¿Cómo fue que sucedió?

-El arte, justamente, es el complemento ideal para alguien que puede ganarse la vida con otra cosa. Además, yo siempre estuve metido en el mundo editorial, empezando por el diario La Opinión, del cual fui socio y en algún momento director.

-¿Qué rescatás de esta etapa tan significativa?

-Fue una experiencia impresionante para mí y me marcó. Creo que esas son las vivencias que te hacen la vida interesante y por lo cual tenés ganas de que siga y siga y siga. Yo no me canso nunca de la belleza que te da el hecho de vivir.

-Toda una filosofía...

-¡La belleza! Es difícil, con tus inconvenientes y tus dudas y tus luchas. Pero todo eso vale la pena.

-El psicoanalista de tu relato "La defoliación", encargado de analizar el alma de las personas que lo rodean, en un momento dice: "He alcanzado el otoño de mi periplo vital". ¡Y sólo tiene 50 años, la mitad que vos! Entonces, te pregunto: ¿en qué estación de la vida te encontrás en este momento?

-Te voy a hacer absolutamente certero. Voy a cumplir dentro de tres meses, tres días, once horas, veinte minutos y dieciséis segundos, 99 años (ríe).

-¡Que lo parió!, diría Mendieta. Volviendo a lo que dijiste recién sobre el mundo editorial, vos y Jacobo Timerman fundaron de La Opinión y después de Primera Plana. Se trata de leyendas de la historia, de la cultura y del periodismo argentinos. Admirable y envidiable para nosotros. Se supone que valorás mucho este tramo, ¿no?

-Absolutamente. Yo hice una locura. Tuve un amor senil, que son los más peligrosos, ¿no? Sos un viejo y te enamorás de una jovencita. Acá fue con La Opinión.

-¿Cómo fue el proceso de ese amor?

-Fui amigo de Timerman desde que él tenía 16 años y yo 13. En realidad, él me miraba desde arriba a esa edad. Después nos reuníamos todos en un bar, yo ya tenía 20, él 23 y la cosa era distinta. Nos hicimos amigos y pasamos muchas cosas juntos.

-¿Cómo pesaba su figura sobre vos?

-Yo tenía un enorme respeto por él, por su inteligencia, por su capacidad e inventiva y lo que no me gustaba era su carácter autodestructivo.

-¿Sí? ¿Qué pasaba?

-¿Por qué vendió Primera Plana, cuyo éxito estaba asegurado? Porque se cansaba, se aburría. En fin, era un personaje muy especial, uno de esos inolvidables. Sí, me tocó vivir eso.

-Pero te quedaste, finalmente, con un trozo grande de nuestra historia gracias a estas andanzas.

-Si me permitís, voy a decir algo sobre este libro que tienen ustedes. Es de doble lectura el personaje. El moscovita desesperado, por un lado, muestra una locura de alguien que existió entre nuestros países. Los primeros cuentos giran alrededor de hechos que sucedieron.

-¿Y el último relato?

-Como veía que era un libro de cuatro o cinco cuentos pequeños, dije: me voy a escribir algo, diez, veinte páginas. Y sin saber qué, narré una cena de la que no sabía nada.

-Pero algo estaría sucediendo.

-Eran personajes entre los que pasaba algo. Uno de ellos empezó a perder la memoria. Después, al día siguiente, cuando lo leí, me dije: ¿y esto cómo sigue? ¿Qué hago?

-¿Cómo lo resolviste?

-Pasó, para mí, una experiencia extraordinaria. Fui escribiendo lo que me salía de cada uno de los personajes. Y lentamente, lentamente, el psicoanalista, que no es un buen ejemplo profesional…

-No. ¡Pésimo!

-(Ríe) La cuestión es que lo fui desarrollando a cada uno, con escenas que se me ocurrían. Y al final, terminó redondo el cuento.

-Y con un final sorpresivo.

-Yo mismo me sorprendí de la penúltima frase. No lo voy a contar, pero me dije: ¡Mirá lo que le pasó a ese tipo! No me había dado cuenta de quién era el gran amor de su vida (ríe).

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Abrasha con sus libros. Foto de Convivimos Digital.

Abrasha con sus libros. Foto de Convivimos Digital.

-Ese es "La defoliación". También tiene un final contundente, que te sacude, "Un autobús repleto de soledades", sobre el hombre mayor que queda extasiado frente a una muchachita.

-Como te dije, todos los cuentos están basados en hechos reales. Lo que pasa es que van en una dirección y de pronto, al final, ¡tac!, hay un giro que te da vuelta todo lo que pasó antes.

-Si los cuentos están basados en los hechos reales, debemos deducir que sos un gran aficionado al whisky, porque en casi todos los relatos se bebe a raudales. Sobre todo, whisky.

-Y muy bueno (ríe). Me gusta mucho el whisky. El vino y el whisky. Son las dos bebidas que yo consumo, pero ahora con muuuucha prudencia.

-Ahora bien, si has consumido vino y whisky toda la vida, y estás por cumplir 99, bueno... nos estás habilitando...

-No es que te esté habilitando. Si somos amigos, porque ya nos hicimos amigos, yo te recomiendo desayuno, almuerzo, cena y, si tenés coraje, merienda. Entonces, whisky (risas).

-Pasamos a una cuestión casi fisiológica. ¿Cómo has llegado tan entero hasta acá? La pregunta, la duda, obedece a que vos, en la infancia, pasaste muchas hambrunas en la Ucrania soviética, luego en Moscú y en otros lados más tarde. O sea, todo esto no te erosionó para el resto de tu vida.

-No, pero me marcó mucho. Yo pasé hambre dos veces en mi vida. Una, en Ucrania, donde el hambre era terrible por una decisión de Stalin de tirarles a los kulaks. Y también en Israel (estudió economía y sociología en la Universidad Hebrea de Jerusalén).

-¿Por qué en Israel?

-Porque había racionamiento en 1950. Se comía a la mañana. Había fruta y yogur. Al mediodía traían unos pescados de Turquía. Se comía en un restaurante de obreros.

-¿Cómo se sentía eso?

-¡El hambre es tan excluyente! ¡Tan excluyente! No podés pensar en otra cosa.

-¿Cómo era tu hambre en esa etapa?

-Yo tenía una sopa de no sé qué, algo, un pescadito que flotaba. Ellos lo llamaban, al final, sopa de fruta en hebreo. Era la misma agua, pero en vez de cosas verdes había trocitos de manzana o de lo que fuera. Pero estás todo el día con la cabeza preguntando: ¿qué voy a comer esta noche?

-¿Cuánto duró esa hambruna?

-Hasta que, gracias a la generosidad de mis padres, me empezaron a mandar, desde la Argentina a Israel, latas con carne y otras cosas. Entonces me volví popular (risas).

-Todos te rodeaban, querían estar con vos.

-No quiero decir que los grandes amores surgieron por las latas argentinas, pero me hacían un tipo muy atractivo (risas).

-Vos naciste en un pueblito de Ucrania de 900 habitantes que estaba bajo la órbita de la Unión Soviética. Han pasado los años y hoy la Rusia de Putin vuelve sobre aquellas regiones para tratar de someterlas nuevamente. ¿Cómo lo estás viviendo?

-Lo estoy viviendo muy mal. Putin es un dictador peor que Stalin.

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"Putin es un dictador", asevera Abrasha Rotenberg.

-En tu libro se reflejan importantes aspectos que dejó el régimen comunista.

-Has visto lo que pasó en el cuento "El moscovita desesperado". Lo que ocurrió, ¡ocurrió de verdad!, con una clase social que se enriqueció con fortunas de cientos de millones de dólares porque se apoderaron de las empresas.

-¿Cómo lo ves, en definitiva?

-Veo un régimen muy retrógrado, muy cavernario. Vuelve la iglesia tradicional, vuelven las clases acomodadas, vuelve la falta de libertad. Hay una violencia con la oposición, los envenenan. Yo no puedo pensar en eso como algo aceptable.

-Con consecuencias desastrosas, ¿no?

-¿Qué es lo que está tratando de hacer? El oeste de Ucrania, donde nací, es agrícola y ganadero. El este, toda esa zona en donde están peleando, lo conozco bien. Cuando ustedes algún día lean Última carta de Moscú van a ver que mi familia estaba en la zona de Zaporozhye. Le cambiaron el nombre, lo han ucranizado.

-¿Y qué guardás en la memoria?

-Esto, bajo Stalin, fue lo mismo. Me acuerdo de que tenía cuatro años. Ahí se empezaba a ir a la escuela desde los seis. No era un kindergarten lo mío, pero se enseñaba. ¿Qué idioma se enseñaba en Ucrania? ¡El ruso!

-¿Por qué el ruso?

-Porque, como Pedro el Grande, Stalin quería unificar, bajo el idioma ruso, a todos los componentes de la URSS.

-¿Cómo eran tus circunstancias de vida en ese momento?

-A mi padre no lo conocí porque se escapó de la Unión Soviética cuando yo nací. Lo vine a conocer a los 8 años. Entonces, mi madre, que era una mujer de armas tomar, consiguió un puesto en un pueblo modelo de Stalin; un modelo industrial.

-¿Qué significaba eso?

-No nos olvidemos de que la revolución comunista fue contra natura. No era un país industrial sino agrícola. La industria era el 10% o el 15% del producto bruto, no más. Por lo tanto, Stalin lo que quiso fue, en veinte años, acelerar la revolución industrial con cuatro o cinco planes quinquenales.

-Al menos eso le dio una salida laboral a tu madre.

-Un año estuvimos en esa ciudad. Era algo primitivo, terrible. Pero si estabas allí, donde se hacían la revolución y el plan quinquenal, al año te permitían vivir en Moscú. ¡Pero ese período no sabés lo que fue! Muy, muy duro resultó estar ahí.

-Por lo menos pudieron salir vivos para contarla.

-La cuestión es que la Unión Soviética tuvo una evolución en Zaporozhe, donde hay construida una central atómica. Es parte de la zona industrial. Por eso ahora Rusia se la quiere apoderar. El resto no le importa.

-Hay otro conflicto mundial que te toca muy de cerca porque vos te considerás un "judío argentino". Militaste, de joven, en el movimiento Hashomer Hatzair. ¿Cómo estás viviendo este conflicto con Gaza que ha despertado nuevamente un sentimiento antijudío o, por lo menos, antiisraelí?

-Antisemita, sí. Yo lo vivo muy mal, en primer lugar, porque estoy absolutamente en contra de Netanyahu y de su política.

-¿Qué le reprochás?

-Este hombre está prolongando la guerra para salvarse y mantenerse en el gobierno. ¡Es un canalla ese tipo!, porque además, y eso va a ocurrir en Israel, no sé si yo lo voy a alcanzar a ver; pero va a haber una comisión que estudiará porqué, habiendo rumores que corrían y avisos de los servicios secretos de que en Gaza se estaba preparando un ataque, o sea, era un tema que sabían todos, él mandó a las tropas al norte el día en que sabía que se iba a hacer la invasión.

-¿Con qué consecuencias?

-Eso le va a costar. A menos que Israel deje de ser democrático, cosa que no creo, cosa que no espero.

-Vos naciste poco después de la revolución soviética, fuiste parte de la juventud que quería cambiar el mundo y te considerás un tipo de izquierda, socialista. Hoy la realidad está marcada por la inteligencia artificial y el individualismo. Después de haber vivido casi un siglo, ¿qué expectativas tenés respecto del devenir, positivas o negativas?

-Yo siempre he sido positivo. ¿Y por qué? Lo tengo que explicar. Creo que la crisis que producirá la implementación de la inteligencia artificial en nuestra vida va a ser terrible.

-¿Sí? ¿Por qué?

-Porque, ¿qué va a hacer la gente? Escuchame. Los gobiernos no piensan. Nos ha tocado una generación de dirigentes ineptos. En todos los países son gente violenta, emocional, que larga frases, ¡inculta! Es terrible eso. El valor intelectual ha perdido el juicio. No importa nada. Son más brutos y hablan más violentamente contra la libertad o contra quien sea y tienen la simpatía de la gente. Por eso va a pasar.

-¿Por qué va a pasar?

-Va a pasar porque la inteligencia artificial no va a durar doscientos años para desarrollarse. No es la revolución industrial. En veinte años el mundo va a ser distinto. No sé si en la Argentina, pero los autobuses van a conducirse solos, en tu casa estará todo automatizado, etcétera.

-¿Y eso es malo?

-Pero va a haber menos trabajo porque la inteligencia artificial tiene un problemita. Hay que estudiar, ponerse al día con otro idioma, con otra mecánica. Entonces va a haber una crisis. Pero después... Bueno, yo no soy creyente, pero hay algunas cosas de la Biblia que me gustan mucho.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, el Génesis dice: la edad, los días del hombre serán 120 años. Yo lo tomo como una obligación (sonríe).

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Abrasha Rotenberg transmite mucho en cada definición.

Abrasha Rotenberg transmite mucho en cada definición.

-Te queda un rato largo, así que cuidate.

-¡Sí! ¡Por eso! Yo estoy tranquilo (risas).

-En algún momento alguien te preguntó si habías sido feliz. Vos respondiste: "Fui feliz, pero no me di cuenta”. ¿Cuál fue el momento más feliz de tu vida y qué te lo proporcionó?

-¡Ah! ¡Uf! Bueno, varias cosas. Tuve varios momentos felices. Por ejemplo, cuando más expectativas tuve en mi niñez fue conocer a mi padre, del cual me había armado una imagen de héroe.

-¿Cómo se llama tu papá?

-Se llamaba David Samuel Rotenberg.

-Y vos te llamás Abrasha porque deriva de Abraham, ¿no?

-Ahora te cuento. En Rusia, a los niños, en general, se les habla con diminutivos. Por ejemplo, Natalia es Natasha; Alejandro, Sasha. Abraham es uno de mis nombres.

-¿Cuál es tu otro nombre?

-Yo me llamo Jorge Abraham Rotenberg. Y el Jorge vino por una decisión del tipo de la aduana que nos recibió y que no entendía qué nombre tenía yo cuando se lo dije. "Bueno, entonces te llamás Jorge", decidió (risas).

-¿Y Abrasha?

-Abrasha era el nombre cariñoso con que me llamaban en la casa. Nadie te decía de otra manera. Mi abuelo, mis tíos, me llamaban Abrasha. ¿Qué pasó? Cuando llegué a la Argentina, nada. Me decían que me llamaba Abraham, que era lo lógico. Pero mi mamá ¡me seguía llamando Abrasha! Mi papá, a quien conocí, también me empezó a llamar así.

-¿Y el resto?

-Los chicos del barrio escucharon eso y me tomaban el pelo. Tuve, después, una experiencia muy dura. Me encontré con algo que no conocía. Me gritaban “¡asesino de Cristo!”.

-¿Cómo lo tomaste?

-¿Qué es esto?, me decía. No entendía las palabras, pero era una actitud hostil. Eran todos ellos descendientes de italianos, de españoles preconciliares, ¿no?

-¿Cuánto duró la cosa?

-Hasta que mi mamá, al enterarse de lo que había pasado, me explicó que, si bien éramos ucranianos, en realidad veníamos de un pueblo del Cercano Oriente.

-¿Quedaste convencido?

-Yo no entendía muy bien. Me apareció una nueva situación en la que, además de ucraniano, de ruso, de comunista, etcétera, era judío.

-¿Cómo te impactó?

-Eso me obligó. Había una escuela judía ahí y decidí estudiar también para ver qué era. Y para mí es una es una experiencia cultural muy interesante.

-¿Y en qué se tradujo?

-Yo leo mucho el Antiguo y el Nuevo Testamento por toda esa historia judía y del cristianismo. Al final terminé siendo maestro en una escuela judía.

-¿Pero cómo se ha manifestado en vos esta filiación?

-Yo no vivo un judaísmo religioso, de ninguna manera. Soy más bien descreído, ateo, agnóstico. No sé qué nombre ponerle.

-Te han hecho muchas entrevistas. En una de El País pusieron por título: "Este no es el triunfo del capitalismo, vivimos el fracaso de los sueños." Te pregunto, al filo de los 99 años, ¿cuál es tu sueño hoy?

-Vivir 120 (risas).

-Para ser bíblico, entonces.

-¡Claro! ¿Para qué estudié la Biblia? ¡Para eso!

-Hagamos votos, pues, para que se cumpla.

-Mirá… mi sueño se va a acabar pronto, seguramente. Por suerte estoy bastante bien de salud y sobre todo la cabeza todavía me funciona.

-Sí. A todos nos encantaría que la cabeza nos funcionara como la tuya. A propósito de esto, ¿cómo te has comportado en la vida diaria? ¿Qué has hecho en materia de alimentación? ¿Has sido deportista?

-Mi vida diaria estaba muy consagrada a las cosas que tiene que ver con el arte. Aparte de que yo tenía mi profesión, porque era licenciado en economía, contador público, etcétera y me iba muy bien en mi oficio.

-¿De qué manera estaba armada tu vida profesional?

-Tenía un estudio de clase media más o menos acomodada, pymes que estaban en la frontera con empresas más grandes. Lo tenía muy bien organizado y logré un bienestar que me exigía solamente visitar las empresas, hablar con los directivos, darles consejos, etcétera.

-¿Cuánto te duró esa realidad?

-Hasta que me enamoré. Como te dije, dejé todo por un gran amor que se llamaba La Opinión. Me volví loco. ¡Loco!

-¿Por qué dejaste todo?

-Dejé todo porque Jacobo (Timerman) me lo propuso. Me dijo: "Vos seguí con el estudio, podés venir algunas unas horas”. Pero entré en ese mar conflictivo, en una época en donde todo el mundo estaba disfrazado en la editorial. No se sabía quién era quién, si este era de los servicios o del ERP.

-Pero ¿cómo la pasaste?

-Fue apasionante. Tan apasionante que no me di cuenta de que me estaba jugando la vida mía y la de mi familia.

-¿Cuándo tomaste conciencia?

-El día en que me di cuenta, dije: hay que irse. Y en una semana nos fuimos, porque me llamaban y me amenazaban.

-Vos solés decir: "Yo ya tiré los calendarios, ahora solo miro el reloj". Seguís pensando así, ¿no?, atento a los minutos que tenés por delante.

-Sí, sí, sí. Escuchame, ocurrió lo siguiente. En mayo estuve en Madrid y al día siguiente de llegar me pesqué la gripe A. Casi no salí del hotel durante un mes, prácticamente. Y todavía hoy no me siento con la energía que tenía antes.

-Sin embargo, estás de pie y de buen ánimo.

-Es cierto. Pero una cosa es el humor y otra lo que puede pasar.

-¿En qué estás trabajando?

-Estaba revisando un libro que empecé a escribir y que había dejado. Y dije: no está mal.

-¿Sobre qué trata?

-Es acerca de cómo busqué trabajo en España cuando nos complicaron los bienes personales y el diario La Opinión. Me quedé de un día para otro en la calle. ¡En la calle!

-¿Por qué en la calle, si tenías una posición aceptable?

-Porque, además, el banco donde tenía mis ahorros, que era de uno de nuestros socios, David Graiver, un personaje que ojalá tuviese la capacidad de describirlo, quebró. En una semana pasó todo.

-Estamos inundados de mensajes felicitándonos por esta entrevista, así que te transmitimos el cariño de nuestra audiencia, Abrasha. Ha sido un gran placer.

-Me encanta haber estado en Mendoza. Ojalá alguien de la familia me haya escuchado y no se haya avergonzado. ¡Pero yo soy un interesado ahí! El perfume de la bodega llega hasta mi casa.

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