¿Cuál es el sentido de asumir que algo necesariamente va a salir mal cuando no es así, cuándo puede hacerse bien?
¿Cuál es el sentido de asumir que algo necesariamente va a salir mal cuando no es así, cuándo puede hacerse bien?
La discusión minera en Mendoza durante los últimos años ha sido eso mismo: decir que no, por las dudas de que su avance no sea el correcto, cerrando toda posibilidad a que se pueda realizar de buena manera. A que pueda tener un efecto beneficioso económicamente y controlado al máximo en lo ambiental. Lo que es perfectamente posible.
Eso cambió este martes. La provincia abandonó por fin ese lugar al que la habían metido algunas decisiones políticas y de la ciudadanía y produjo un hecho histórico en la Legislatura: la aprobación de 34 proyectos de impacto ambiental para explorar cobre en Mendoza. Algo que significó más que ese hecho en sí, porque también fue decirle al mundo que a esta altura ya tenemos otra cabeza: que podemos y queremos pensar en hacer minería.
“La era de la reinvención” es el nombre que le puso PWC, una de las consultoras más respetadas de la industria energética global, a su penúltimo estudio sobre cómo está el negocio minero el mundo. La era de la reinvención. ¿Por qué? Es sencillo: porque el cobre vive una transición de demanda fenomenal. El mundo entero, yendo hacia las energías limpias, hace que se necesite de este metal casi como nunca antes en la historia; con los vehículos eléctricos, la energía solar y la eólica como puntas de flecha para su requerimiento, pero también por el avance sin pausa de la inteligencia artificial y la industria del conocimiento, cuyos microchips, elementos conductores y herramientas de almacenamiento necesitan –entre otros- fundamentalmente al oro, al níquel y al cobre.
Ya en 2022, el 85% de las transacciones de minería metalífera en el mundo fue de cobre. Y el 15% restante se repartió entre todo el resto de los metales. Hay más. Sólo en los últimos tres meses, el valor de la libra de cobre (453 gramos) creció en un 198%. Eso quiere decir que casi se triplicó su precio en 90 días. Pasó de U$S 1,39 A U$S 4.06, con expectativas de crecer aún más antes de fin de año.
En otros términos, también implica que la tonelada del mineral está casi en los 10 mil dólares al día de hoy. Una de las cifras más altas de la historia. De hecho, hay sólo dos récords de precio que sean mayores a esa en toda la historia. ¿Se produjeron hace una década? ¿Hace cinco años? No. Uno se dio en 2022. El otro, que superó incluso a ese, llegando a superar los 11 mil dólares por tonelada, fue ahora, en mayo de 2024.
¿Cómo Mendoza le va a decir que no a la oportunidad de explorar esta industria que no sólo se utiliza en todo el mundo (en potencias, en países en desarrollo, en los que lo exportan y en los que lo compran)? Pero más todavía: ¿Cómo le va a decir que no a algo que se practica a escasos kilómetros de acá, en Chile, en la misma cordillera, desde hace 200 años?
No tenía ningún sentido ir con argumentos del 2007 -y con la misma cerrazón del 2007- a discutir, primero, algo completamente distinto a lo que se debatió en aquel momento. Y, segundo, algo que tiene que ver con alimentar y energizar al mundo del 2025, del 2030, del 2050. No con el de hace dos décadas atrás.
La provincia se merecía dar un debate más serio al respecto de su industria minera. Y no porque vaya a solucionar todos los problemas económicos ni a hacer a todo el mundo millonario, porque eso no va a pasar. Simplemente porque estamos ante un nuevo mundo en materia minera y bajo esta nueva etapa no habíamos dado la discusión. El universo de esta actividad es, desde hace por lo menos diez años, un mercado y un sistema bastante distinto al del su paradigma anterior. Lo es en materia de demanda, de precios y de pronósticos (más que optimistas, por otra parte).
Y sin embargo, aunque todo eso cambió, ¡aunque todo eso sin dudas mejoró!, aunque se hace minería con menos emisión de carbono (la firma BHP planea hacerla con 100% de energías renovables en Chile desde 2025, por ejemplo; y Río Tinto apela a reducir a cero sus emisiones de alcance 1 y 2, también desde este año en aquel país); aunque aparecieron nuevas formas de extracción y exploración, aunque el mercado estalló de nuevas oportunidades, aunque fluctuaron y crecieron precios y los mercados, aún ante todos esos cambios, nuestra provincia siguió siempre bajo la misma sombra. Siempre creyendo –por la calidad nula de su debate, salvo excepciones- que el mundo seguía siendo el mismo. Y que era normal, aceptable, perdernos todas las oportunidades, simplemente por no querer discutir una nueva posición.
Hasta ahora.
Esta semana, la provincia puso su alfiler en el mapa mundial. Se prendió su lucecita. Inició su merecida Era de la Reinvención.
Por supuesto, estamos a años luz de las 5 millones de toneladas que exporta Chile -acá nomás, a 400 kilómetros de nosotros-. A años luz, incluso, de las 2 millones de toneladas que vende Perú o hasta de las exigua cantidad que exporta Brasil. Pero al menos volvimos a sentarnos a la mesa. No tenemos más miedo de decir que queremos hacer minería en Mendoza. Que no vamos a creer que las cosas pueden salir mal necesariamente, porque también pueden hacerse bien. Porque se pueden controlar extremamente, como se controla en todos los yacimientos mineros de cobre del mundo.
Esos que producen 333 mil millones de dólares al año.
Y planean duplicar, si es que no triplicar, esos números durante la próxima década.
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