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Los ladrones fueron atrapados por la Policía de Estados Unidos. Imagen ilustrativa.
Minutos después, una patrulla divisó un un vehículo que encajaba con la descripción, circulando a pocas cuadras del lugar. Al detener el auto, los agentes se encontraron con una escena que los dejó boquiabiertos: Matthew McNelly y Joey Miller, sentados en el auto, con los rostros cubiertos de garabatos hechos con marcador negro permanente.
En lugar de usar pasamontañas, máscaras de esquí o cualquier disfraz que pudiera cubrir sus identidades, los dos ladrones habían optado por pintarse la cara con un fibrón, dibujando lo que parecían máscaras improvisadas, bigotes y barbas. El resultado era un desastre: líneas torcidas, manchas irregulares y un aspecto que oscilaba entre lo cómico y lo patético.
El motivo detrás del intento de robo era tan absurdo como su ejecución. Según la policía, Joey Miller sospechaba que su novia tenía una relación con el hombre que vivía en el departamento. En un arranque de celos, él y su amigo habrían planeado irrumpir en la casa, no necesariamente para robar, sino para "asustar" al ocupante.
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El consumo de alcohol motivó a los ladrones al absurdo. Imagen ilustrativa.
Los ladrones igual zafaron de la condena
La investigación reveló que ambos ladrones habían estado bebiendo lo que fue una tormenta perfecta de alcohol y malas decisiones. Las fotos policiales de, tomadas esa misma noche, se convirtieron en un fenómeno instantáneo. Con el marcador permanente aún intacto en sus rostros, mostraban a dos jóvenes visiblemente avergonzados, con garabatos que parecían más una broma infantil que un intento serio de ocultarse.
Los medios nacionales, desde CNN hasta The Daily Mail, no tardaron en hacerse eco de la historia, apodándolos "los ladrones más tontos de América". Blogs y redes sociales de la época, como el Huffington Post, los calificaron como autores del "peor disfraz de la historia".
Ambos fueron acusados de intento de robo en segundo grado, un delito que podría haberles valido una condena significativa. Sin embargo, semanas después, un juez desestimó los cargos por falta de pruebas suficientes: no había evidencia de que realmente hubieran ingresado al departamento, no llevaban armas y nadie resultó herido. Aunque salieron libres, la humillación pública de los novatos ladrones fue castigo suficiente.