Hay equipo
Los dos hijos del escritor y de Mercedes Barcha, se destacan como los productores ejecutivos de este mega proyecto que encaró Netflix. Tanto Rodrigo García, un conocido director de cine que ha hecho casi toda su carrera en Estados Unidos y México, como su hermano Gonzalo García Barcha, un creativo multifacético, demuestran la mano firme detrás del proyecto. Algunas condiciones para firmar contrato con Netflix fueron de hierro: la serie debía filmarse íntegramente en Colombia, con actores de ese país, y la lengua debía ser el español.
En vida, Gabriel García Márquez se había negado sistemáticamente a ceder los derechos de "Cien años de soledad" para el cine. Sostenía que era imposible traducir ese mundo a imágenes y, mucho más, apelotonar ese multi relato en una película. Pero siempre le dijo a sus hijos: "cuando yo me muera podrán ustedes hacer lo que quieran". Quizás el auge de las series (de varios capítulos y temporadas en las plataformas) haya sido la vía que los hijos de "Gabo" hallaron para autorizar el traspaso de la obra a las imágenes.
El otro acierto parece ser el de la elección de los dos directores de la serie y la del guionista en jefe. Los primeros son el argentino Alex García López, un cineasta que ha hecho la mayor parte de su carrera en la TV de Estados Unidos; y la colombiana Laura Mora, con películas premiadas en festivales como el de San Sebastián. El argentino aporta un sólido rigor narrativo y Mora un notable sentido de creatividad visual. Sólo caben elogios para el guionista en jefe del producto: el puertorriqueño José Rivera.
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El factor argentino
Era casi imposible que la serie no tuviera a un argentino manejando parte de los hilos. "Gabo" tuvo una relación extraña y singular con nuestro país, sobre todo porque aquí fue publicada "Cien años de soledad" por la Editorial Sudamericana a fines de mayo de 1967. Las grandes editoriales españolas la habían rechazado. A caballo del éxito fulminante de "Cien años...", desde Buenos Aires se disparó un éxito monumental que consolidó el boom de la literatura latinoamericana.
El escritor quedó tan hipnotizado por lo ocurrido en Buenos Aires que después no quiso volver más. Solía decirse que temía morir en la capital argentina. Su hijo Rodrigo ha contado que el instinto formaba parte de la vida y la obra de su padre. "Gabo viene de una región de Colombia en donde, por ejemplo, los sueños son un factor fundamental en la vida, sobre todo en la etnia guajira, con la cual se identificaba mucho y con la que fue criado en los primeros años".
"Las premoniciones y las supersticiones también formaban parte de su universo", explicó su hijo, quien, sin embargo, aclaró que en la vida cotidiana era un hombre muy práctico y realista.
Así como en el ámbito cristiano el Evangelio tiene distintas versiones de la vida de Jesús (según San Juan, Lucas, Mateo o Marcos) así también puede que en el mundo de "Cien años de Soledad" haya a partir de este proyecto de Netflix otras versiones del fenómeno macondiano.
Tal vez a la obra de García Márquez le aguarden secuelas. precuelas o eso que los norteamericanos llaman "spin-off", que es cuando se hace una serie nueva a partir de un personaje de otro programa. No hay que olvidar que antes de escribir "Cien años de soledad", el periodista y escritor de Aracataca ya había creado personajes e historias que aparecieron en artículos periodísticos, cuentos o novelas cortas y que después él iba a retomarlos lcon aliento épico en su gran obra.
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Es decir que antes de concretar su relato máximo hubo un gran esbozo creativo, un campo de pruebas. ¿Y si ahora aquella obra madre se transforma en una nueva cantera de productos latinoamericanos?
Impacto los 15
Permítame, lector, la descortesía de concluir contando algo personal. El autor de esta columna de Diario UNO tenía 15 años cuando leyó en la revista "Gente" el impacto que estaba generando en las librerías de Buenos Aires la aparición de un libro firmado por un ignoto colombiano llamado Gabriel García Márquez. "No se parece a nada de lo que usted ha leído" decía uno de los comentaristas. Le quedó grabado.
Como ya trabajaba en un negocio familiar, juntó plata para comprar "Cien años de soledad". Fue una línea divisoria. Lo leyó de manera afiebrada. Por momentos cerraba el libro y se decía: este portento no puede ser real. ¿Cómo alguien puede tener tanto talento e imaginación? El colombiano le abrió el cauce para que después vinieran el peruano Vargas Llosa (con esas novelas que son un mecanismo de relojería), el paraguayo Augusto Roa Bastos, el mexicano Carlos Fuentes, y nuestro Julio Cortázar entre tantas otras figuras del boom.
Con los años, claro, llegaron otros hallazgos literarios. Uno de los pocos que superó aquel shock de 1967 fue el de haber descubierto a otro escritor totalmente distinto, pero poderosamente genial: Jorge Luis Borges, quien le enseñó a leer de otra manera y lo acompaña a diario.