A la Inteligencia Artificial la miro de reojo. Lo admito sin miedo al qué dirán. Tengo para mí que es una herramienta utilísima y sorprendente y que para muchos va a dominar el mundo y que dejará a millones sin trabajo. No creo eso, aunque sí estoy convencido de que su buena utilización ayudará en muchos aspectos a ser mejores. Acaso a vivir un poco mejor. Tal vez a ahorrar tiempos y a gastar menos.

Comparto una experiencia: en tiempos de cierto temor y descreimiento colectivos por la irrupción y los efectos de la Inteligencia Artificial llegué a la conclusión de que desde hace décadas vivimos y convivimos con ella, aunque en distintas formas.

¿O acaso no es Inteligencia Artificial la aplicación de Google que nos guía, con voz y todo, por una ruta desconocida que podemos trazar antes de iniciar la travesía ya sea por Mendoza o el resto del país o del mundo? ¿Y las aplicaciones de los bancos? ¿Y los bots de las empresas de servicios que nos contestan de inmediato como si fuera un cara a cara en una ventanilla? ¿Y la app para viajar el colectivo sabiendo, en tiempo real, a qué hora podremos abordarlos en tal o cual parada y por dónde pasará y a qué hora? ¿Y las videollamadas nuestras de cada día? Ni en las Crónicas Marcianas de mi querido Bradbury ni en la ciencia ficción de Yo, Robot, de Asimov, hubo tanta anticipación.

Estamos rodeados de Inteligencia Artificial hace una pila de años, aunque sí -también lo acepto- las nuevas formas lucen tan atractivas como desconocidas.

La Inteligencia Artificial y su socia inefable

No hay caso: todo viene pasando -desde hace rato- y pasará -cada vez más- por la mentada Inteligencia Artificial y su socia inefable: la internet. Si hasta para hacer funcionar una tevé inteligente hay que disponer de la red de redes y de una paciencia infinita para conectarse al mismísimo aparato mediante claves y contraseñas generadas por otras formas de Inteligencia Artificial.

Pero bueno, amigos: no temáis. Todavía los humanos tenemos el toro por las astas y saber conducirlo parece ser el secreto de no ser tragados por este fenómeno llamado Inteligencia Artificial. El libre albredío que le llaman todavía nos hace libres, aunque -ojo- no negarse a los avances de la tecnología y subirse a ellos parece ser recomendable para no quedar fuera de juego. Otros eligen llamarlo el factor humano.

Dos ejemplos al respecto que nos demuestran que la última palabra la tenemos los seres de carne y hueso.

El indio que le ganó al chino y a la Inteligencia Artificial

Sucedió esta semana en Singapur y me enteré por Ricardo Montacuto, fanático del ajedrez, entre otras disciplinas: el indio Dommaraju Gukesh, de 18 años, se consagró campeón del mundo de la Federación Internacional de Ajedrez al vencer al chino Ding Liren, de 32 años, en la partida definitoria. Habían llegado igualados en 6,5 puntos y el desarrollo de los acontecimientos indicaba, para los analistas cibernéticos de todo el globo, que la contienda terminaría en tablas (empate). Que el tablero mostraba que en ese momento no habría otro resultado posible. Sin embargo, sí lo hubo. Y fue gracias al factor humano puro y duro cuando el asiático -exponente de la corona- jugó y decidió mal. Así, el mundo virtual se agarró de los pelos porque la Inteligencia Artificial había visto y analizado todas y cada una de las opciones y aún así había fallado.

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El chino acaba de perder la corona de campeón mundial de ajedrez contra el retador indio y contra todo pronóstico de la Inteligencia Artificial.

El chino acaba de perder la corona de campeón mundial de ajedrez contra el retador indio y contra todo pronóstico de la Inteligencia Artificial.

Manejar en la ruta a Chile, un asunto bien de humanos

El otro ejemplo es más de cabotaje y mucho más importante para la vida diaria. De cara al verano, miles de mendocinos planifican el viaje a Chile. Sin embargo, venimos de una seguidilla de accidentes con muertos y heridos en la ruta internacional. Camiones, autos y camionetas siniestrados y personas copan las secciones Policiales de los portales. Llevamos dos sábados consecutivos con la ruta a Chile cortada por muchas horas para retirar camiones volcados. Conclusión: no hay tecnología que alcance frente al factor humano. Ni los indicadores de velocidad, que nos revelan si superamos o no los límites permitidos, ni los dispositivos que disparan una chicharra de alerta en el caso de camiones y colectivos de pasajeros. El factor humano, a favor o en contra, otra vez. ¿O no somos los seres humanos los que pisamos el acelerador más de lo debido y quienes cruzamos por la doble línea amarilla?

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El factor humano causa gran parte de los accidentes.

El factor humano causa gran parte de los accidentes.

Todo pasa por nosotros y también a la hora de conducir. Sabido es que el uso del cinturón de seguridad salva vidas; que no utilizar el celular cuando se maneja disminuye el riesgo de distracciones y, por ende, de accidentes; que el uso de las luces asegura que nos ven los que circulan de frente y desde atrás; que el conductor que manipula un mate o un cigarrillo está más expuesto a perder el control del volante respecto de quien maneja con las dos manos bien firmes.

Y después le tenemos miedo a la Inteligencia Artificial...

Sin embargo, hay conductas desaprensivas por doquier, que elevan hasta límites insospechados las chances de estrellarnos o de que se estrellen contra nosotros. O de que todos volemos por los aires. Paso a explicar. Este sábado, una camioneta de gran porte se estacionó en una estación de combustible de Guaymallén para recargar nafta. Hasta ahí, nada nuevo. Lo tremendo fue ver la cabina llena de humo azul de cigarrillo. Luego, lo peor: ver cómo seguía pitando y echando humo la persona que estaba al mando. Para el cierre, el acabóse: sin ponerse colorada, la persona en cuestión bajó del rodado dando una larga y profunda calada. Después, se llevó el cigarro a la boca y pidió rellenar el tanque con Súper. Arriesgo que el bombista, a juzgar por su gesto grave, jamás había visto nada igual. Probó con decirle con la mirada que apagara el cigarrillo, pero fue inútil. La persona desaprensiva casi que salió del playón y se quedó allá lejos, casi pisando la calle Mitre, pitando y echando humo.

Le di arranque a mi moto, puse primera y me fui pensando en que somos nosotros -los humanos- quienes podemos tomar el toro por las astas no sólo en materia de Inteligencia Artificial sino muy especialmente en esto de no cometer torpezas inimaginables que nos pueden llevar a la desaparición, ya sea en las rutas o en una estación de servicio. ¡Y después le tenemos miedo a la Inteligencia Artificial!

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