Análisis y opinión

Acerca del aparatoso casamiento de Horacio Rodríguez Larreta para 350 invitados

Rodríguez Larreta decía representar a esa clase media que está harta de los políticos que exhiben riquezas y escaso recato republicano. Lo desmintió con su suntuosa nueva boda

¿Es necesario ("nesario" decía Menem tragándose la sílaba "ce") que un político como Horacio Rodríguez Larreta se pavonee tirando manteca al techo en una aparatosa fiesta de casamiento para 350 personas jugando a ser un empresario millonario?

Este ex macrista no es, que sepamos, un muerto político ni alguien que haya renegado aún de esa actividad. Pese al trompadón electoral que vivió en su proyecto presidencial con Juntos por el Cambio en 2023, parecía que ahora buscaba retomar la idea de generar un nuevo espacio, ubicado en el centro político, que capitalice los logros y errores de aquel experimento que empezó como PRO y se expandió como Cambiemos.

Uno suponía que Larreta no iba a rifar -así como así- su paso por ese proyecto con el que el macrismo, los radicales y Elisa Carrió llegaron a la Presidencia de la Nación. ¿Para qué, entonces, restregar a la ciudadanía esta fiesta innecesariamente ostentosa? ¿Habrá querido resaltar lo bien que materialmente le ha ido como político? ¿O es parte de una nueva narrativa en plan glamoroso?

Estamos hablando de un hombre de 59 años, con hijas grandes de su matrimonio anterior con la wedding planner Bárbara Diez, un dirigente partidario que dice representar a esa clase media que está harta de los políticos que muestran riquezas y poco recato republicano.

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¿Por qué no pueden muchos políticos (Larreta, en este caso) evitar la pulsión del exhibicionismo?

¿Por qué no pueden muchos políticos (Larreta, en este caso) evitar la pulsión del exhibicionismo?

Exhibicionismo

¿Por qué no pueden muchos políticos (Larreta, en este caso) evitar la pulsión del exhibicionismo? ¿Creerán que negarse a la prudencia les puede significar una maldición eterna? ¿Pensarán acaso que las fiestas y los saraos aspaventosos son parte indisoluble de esos oropeles con los que hay que mecer al ciudadano común?

¿Será que la política no es, como se preconiza, esencialmente un servicio, sino que se recubre de abalorios, de chucherías, de relumbres que destiñen al otro día?

En el caso de Larreta hablamos de un político que ayudó a Mauricio Macri a crear el PRO, un partido que llegó -asociado con los radicales y Carrió- a la Presidencia de la Nación ganándole el balotaje a Daniel Scioli, candidato presidencial de Cristina Kirchner.

Fue durante dos períodos consecutivos jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por lo que debió enfrentar el asedio del kirchnerismo (como antes Macri, con "6, 7, 8") es decir que nos referimos a una persona con historia política. No estamos hablando del senador dolarizado Edgardo Kueider, pésimo ejemplo del actual momento político.

Larreta, hay que decirlo, no hizo la "gran Bullrich", eso de salir de manera atolondrada, al otro día de haber perdido las generales, a entregarse a los brazos de Javier Milei, borrando de un plumazo, y de manera vergonzante, su historial en Juntos por el Cambio que incluía un tendal de críticas al libertario. El tipo perdió la interna y no le fue bien en su intento de sumar al cordobés Schiaretti y a otros referentes antikirchneristas, pero no jugó a ser un colado en la fiesta extremista de Javier Milei.

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Vanidades

Hoy el asunto es que frente a esas hogueras de vanidades, que son las fiestas despampanantes de algunos políticos, a muchos que aún se consideran de clase media les cuesta llegar a fin de mes. Es gente que se ha gastado sus ahorros en las sucesivas crisis kirchneristas y en el acomodamiento actual de Milei.

Esas personas desean un saneamiento macroeconómico. Quieren volver a una senda liberal sin extremismos, a una tendencia que gire sobre el centro político, y que nos permita elegir hoy una opción de centro derecha y mañana una de centro izquierda si se les ocurre.

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"Amigo Horacio", solía decirle Alberto Fernández a Horacio Rodríguez Larreta.

"Amigo Horacio", le decía con manifiesta falsedad aquel Alberto Fernández de los primeros meses de la pandemia a Larreta cuando compartían ambos (más Axel Kicillof) esas conferencias de prensa que nos iban llevando al encierro y al escándalo de "mi querida Fabiola".

Cristina Kirchner le ordenó por entonces a Alberto Fernández que nunca más lo tratara de "amigo" a ese macrista y que lo bajara de inmediato de esas conferencias de prensa que daban casi a diario. Como broche le exigió achicar la coparticipación al jefe de Gobierno porteño y transferir esos montos al gobernador bonaerense Axel Kicillof.

Lo cierto es que mientras tenga todos sus bienes en regla, Larreta es dueño de hacer lo que se le ocurra con su plata. Pero debería cuidar la línea argumental que le dio cierto plafond político. Cuando el PRO todavía tenía vitaminas, Larreta era el representante del sector de las palomas que cuestionaba a los que se beneficiaban con la grieta, para diferenciarse de los halcones que lideraba Bullrich. Pedía por entonces diálogo y pactos para defender la democracia.

Se ha dicho, creemos que con acierto, que los límites más efectivos contra la extrema derecha no los va a poner ni la izquierda ni el kirchnerismo, sino la derecha clásica y republicana e incluso la centroderecha. En esta última venía ubicándose Larreta antes de que le diera el berretín de ser tapa de revistas destinadas a las veleidades de gente acomodada.

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